sábado, 21 de noviembre de 2009

ESPAÑA Y EL NACIONALISMO

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I. FASES DEL DESARROLLO DE LA IDEA DE NACIÓN EN ESPAÑA. SURGIMIENTO Y EVOLUCIÓN DE LOS DIFERENTES PARTIDOS ESPECÍFICAMENTE NACIONALISTAS.
I.1. El prenacionalismo español (hasta 1808).- Previamente, es conveniente tener en cuenta la idea de que “la nación española, en cuanto a sujeto colectivo de soberanía constituido por un grupo humano que se considera dotado de una identidad singular y legitimado para mantener políticamente unido un determinado territorio” no nace con la revolución liberal, pues hay que remontarla aproximadamente tres siglos . Como dice Álvarez Junco, “ni la identidad de España es eterna, ni se funde en la noche de los tiempos, ni es, en rigor, una invención del siglo XIX” . “Fue en las Cortes de Cádiz [...] donde los términos heredados de reino y monarquía fueron sustituidos por nación patria y pueblo” .

El sentimiento de pertenencia tienen su origen en la adhesión a la figura monárquica a través de las instituciones, entendidas éstas como oportunidades de gloria en virtud de la expansión imperial. Desde este aglutinante, varios hechos contribuyeron a el afianzamiento de esa identidad : el enfrentamiento con otras potencias europeas, el dominio de otras culturas, la limpieza étnica llevada acabo en la península y la defensa de la ortodoxia católica en Trento, que fueron configurando unos valores peculiares de “lo hispano”, como honra, honor, independencia, nobleza, orgullo, espiritualidad, etc... Junto a este panorama subyacían otras realidades subnacionales, con distintas lenguas romances y estructuras políticas o pactos peculiares, que se continúan en la estructura conciliar de la monarquía Habsburgo.

El siglo XVIII trae a España la concepción centralista francesa de Estado , con los Decretos de Nueva Planta como máxima expresión (experimentados en Cataluña como un castigo tras la guerra). La idea tradicional de “lo español” trata de adecuarse a los nuevos tiempos tras las plumas de los ilustrados, pero varias acciones de corte centrípeto, como el intento de Godoy de suspender los fueros vascos o la prohibición de Aranda de publicar libros sólo en lengua castellana, despertaron nuevos elementos de animadversión en las comunidades periféricas.
I.2. El nation-building español (1808-1840).- El último tercio del siglo XVIII contempla el ascenso del liberalismo, la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa. Ésta trae consigo el fin de la monarquía absolutista y la nueva idea del estado-nación, ámbito de soberanía entendida como pacto ciudadano. La penetración de estos conceptos en España se verá influida por dos hechos fundamentales: por un lado, la crisis de la monarquía borbónica y la intervención de Napoleón. Por otro, el ocaso del imperio americano, el fin de la “oportunidad”.
El vacío de poder borbónico y la injerencia francesa abrirá el debate soberanista y la estructuración del nuevo ámbito, que culmina en las Cortes de Cádiz de 1812, donde la soberanía pasa a ser de la nación, entendida ésta, en su sentido “moderno”, como un sujeto político dotado de identidad propia. Es el fin del Antiguo Régimen y el nation-building del nuevo Estado-nación español.

Pero este proceso, que llegó de forma traumática, abrirá tres fracturas : La primera (1808-1814), entre afrancesados (élites intelectuales portadoras de las nuevas ideas, de escasa influencia en una población analfabeta) y antifranceses (aristocracia tradicional y pueblo llano, conservador de la idea tradicional de España). La segunda (1814-1840), una reformulación más certera de lo anterior: absolutistas y liberales. Este periodo marca el conflicto que trató de sintetizar la soberanía popular con las antiguas leyes fundamentales de la monarquía y por ello, el entendimiento o no con los tradicionalistas creará dos ramas en la familia liberal, la moderada (que introduce elementos de su rival) y la progresista. Tras la muerte del rey, el enfrentamiento entre partidarios del Antiguo Régimen y liberales se plasmará en las guerras carlistas. La tercera es la que opone centralización y descentralización, que será una constante desde 1808 a nuestros días. La centralización nace como respuesta al “juntismo”, nacido como respuesta a las circunstancias y desde diferentes ámbitos ideológicos; es decir, que el provincianismo es visto como un defecto a corregir dentro de un Estado organizado desde arriba. Se da la paradoja de que el centralismo propuesto es del agrado del carlismo, que con fuerte representación en la periferia, ha de asumir la defensa de los fueros vascos para sobrevivir.

I.3. Los intentos de consolidación y el despertar del regionalismo (1840-1874).- 1840 marca el fin de la primera guerra carlista (derrota del absolutismo como gran fuerza política), y la penetración del esencialismo como reacción a los “abusos de la razón”, que rescata los sentimientos subjetivos y la nostalgia por los tiempos pasados . Todo ello tuvo su eco en el Estado español, que fundamenta “el poder sólo es legítimo si se ajusta, por su origen y por su ejercicio, a las supuestas esencias nacionales” , apareciendo así los vigorosos discursos de Lafuente y Chao al respecto. Esto traerá una falta de acuerdo sobre la nación y sus símbolos , por el difícil encaje de los antiguos soportes de identidad en el nuevo Estado, como el catolicismo, la monarquía o los tradicionales pactos (el encaje del fuerismo vasco dará lugar a un tradicional doble patriotismo ). Esto supuso el definitivo enfrentamiento entre liberalismo e Iglesia y entre los propios políticos, con los militares como árbitros de un precario sistema.

El Estado trató de reforzar la nacionalidad con las leyes de confirmación del castellano como lengua de Estado o el remedo imperial con la guerra de Marruecos, y aquí residió un fallo fundamental en el proceso nacionalizador: asociar el antiguo patriotismo con su concepción moderna .

La corrupción moderada y el arbitrismo de Isabel II iniciaron el Sexenio Revolucionario en 1868, con la I República en 1873, primera y breve experiencia de pluralismo federalista tras el nation-building (compatible con la nación española), aunque el pintoresco y caótico cantonalismo surgido (radical respuesta sobre un concepto no madurado) propició la restauración alfonsina y el cierre de las vías para avanzar en este aspecto, aunque contribuyó definitivamente a desarrollar la conciencia regionalista.

En las regiones de mayor arraigo y lengua no castellana, estas limitaciones permitieron un renacimiento literario de tono provinciano y tradicionalista (El Rexurdimento, la Renaixença y el florecimiento de la literatura en euskera), así como un redescubrimiento de las propias tradiciones, que llegó hasta la invención en el caso vasco , aunque aun nadie pondrá en duda la españolidad. La nueva burguesía industrial, implantada en las zonas más ricas, tendrá un papel diverso en las regiones, y frente al autoritario moderantismo, los progresistas usarán la descentralización como argumento para atraer al progresismo urbano , contribuyendo a despertar la conciencia sobre los agravios históricos. Su efecto será muy importante en Cataluña y muy escaso en Galicia (pues su estructura es prácticamente estamental, con un sector primario amplísimo, donde sólo unos pocos intelectuales despiertan un provincianismo de corte historicista ). En el caso del País vasco, la fuerza social es de los terratenientes y navieros, que luchan por mantener (con el apoyo carlista) su régimen foral y las exenciones militares y económicas, reivindicadas tras el Acuerdo de Vergara en 1839 (en el que se aceptan los fueros pero tras una vía de reforma constitucional de los mismos), tras la abolición de los mismos por Espartero (que mantuvo, no obstante, las exenciones militar y fiscal) y el restablecimiento por los moderados de Juntas y Diputaciones a la espera de una Ley de Arreglo Foral que nunca llegó . La nueva burguesía industrial, al socaire de la siderurgia, está más conforme con el proteccionismo estatal que con esta cuestión.

I.4. La Restauración y el nacimiento de los nacionalismos periféricos.- Cánovas impulsó una fuerte reformulación del nacionalismo español, que redefine el Estado de forma sincrética: la nación se basa en su legado histórico, el catolicismo excluyente y la lengua castellana. Un férreo centralismo administrativo y el sistema de turnos se asegurarán el clientelismo como única forma de conexión con el pueblo . Asimismo, la pérdida colonial acaba de revolver la idea de España, cuya realidad es ahora un problema, un “cuerpo histórico” que necesita una regeneración. Los análisis de intelectuales y regeneracionistas buscan las causas de la “enfermedad” en el caciquismo, la desigualdad, el analfabetismo, el atraso, y el alejamiento de Europa, y ésta sólo puede provenir “desde arriba”, es decir, del Gobierno y las élites, pero el proceso de nacionalización no incluye a las fuerzas “desde abajo”: su fracaso consolidará el nacionalismo .

El nacionalismo catalán .- El catalanismo activo nace con Valentí Almirall, republicano progresista, que fundó el Centre Catalá en 1882 (primer club coordinador de cuestiones catalanas), en cuyo ámbito se redactó el Memorial de Greuges (1885), manifiesto con el fin de defender la industria textil catalana. De su seno surgirá la Lliga de Catalunya (1887), a la que se adhieren universitarios conservadores: Prat de la Riba, Cambó y Puig i Cadafalch. En 1891 surge una nueva confederación: la Unió Catalanista (UC), que en 1892 dará luz la primera propuesta no aceptada de estatuto: las Bases de Manresa, que incluía la oficialidad del catalán, soberanía interior, moneda propia y enseñanza sensible a la especificidad catalana. Los hechos en torno al 98 acelerarán los hechos: la Unión Regionalista (altas personalidades económicas) se fusionará con el Centre Nacional Catalá (escisión de la Unió con Prat de la Riba) para formar el primer partido nacionalista catalán: la Lliga Regionalista (1901), conservadora y con programa doble: autonomía para Cataluña (Prat de la Riba) y modernización del Estado (Francesc Cambó). Su base era la burguesía, pero también acogía posturas más progresistas (Carner y Doménech), que provocarán una escisión: el Centre Nacionalista Republicá (1906).

El conflicto del Cu-Cut!, terminó en la respuesta del ejército y la Ley de Jurisdicciones, y esto provocará la aparición en 1906 de Solidaritat Catalana, coalición entre la Lliga, el Centre, la Unió, carlistas, federales y republicanos. En las elecciones de 1907 obtuvieron un aplastante triunfo, pero terminó por desaparecer tras la Semana Trágica (1909). La iniciativa recogió sus frutos en 1914, con la constitución de la Mancomunidad de Cataluña (con Prat de la Riba como presidente y estructurada con Asamblea y Consejo). En 1918, la Mancomunidad redacta las Bases para la Autonomía Catalana, rechazadas de pleno por Maura por dos veces, lo que provocó la retirada de los parlamentarios catalanes. Al abrigo de la Mancomunidad, se contempla una primera definición del espacio político catalán : Lliga Regionalista, (burguesía conservadora); Unió Federal Nacionalista Republicana (UFNR, 1910, republicana de izquierdas); Partit Republicá Catalá (PRC, 1917, escisión de la UFNR, al que se sumó el reformista Lluis Companys); Federación democrática nacionalista (FDN, 1919, progresista, fundada por Francesc Maciá); y Acció Catalana (AC, 1922, escisión de las juventudes de la Lliga, también por la izquierda).

El nacionalismo vasco.- Tras la abolición foral de Cánovas en 1877 y derrotado el carlismo, los fueristas se organizaron en dos grupos intransigentes: los Euskaros navarros (1877), de Campión y Aranzadi, más culturalistas, y los Euskalerriacos bilbaínos (1880), liderados por Sagarmínaga y Sota, más políticos .

En este entorno nace figura de Sabino Arana, de familia burguesa naviera, católica y carlista, que fue convencido por su hermano Luis en 1882 de que su patria no era España, sino Vizcaya, tras lo que publicará varias obras (influidas por la literatura romántica ), que presentaba su tierra como una arcadia idílica a recuperar. Las ideas básicas de la filosofía de Arana son las siguientes : Las naciones tienen esencia, son creaciones de Dios, entes sagrados y eternos. La Constitución y los fueros son incompatibles (se conciben como “Ley Vieja”, arrebatando al carlismo el sentido de pacto). El liberalismo es pecaminoso por ateo y causante de degeneración (idea de “salvación vasca” en el agrarismo). No será la lengua, sino la raza, el hecho diferencial de los vascos (adopción del término Euskadi - vascos de raza- en lugar de Euskalerría -país de los que hablan Euskera-). Catolicismo a ultranza para recuperar el lado divino de Euskadi. Es decir, “Dios y Ley Vieja”, (JEL) lema del nacionalismo vasco.

En 1895 fundará el Partido Nacionalista Vasco (PNV), atrayéndose al potentado grupo de los Euskalerriacos de Sota, cuyo peso le hizo cambiar de opinión los dos últimos años de su vida hacia un posibilismo autonómico. Tras su muerte, el PNV acogerá las dos tendencias (radical y autonomista), sustentando el aranismo en cuanto a la ideología y la restauración foral en cuanto a praxis. Este es el origen de la dualidad histórica del PNV . En 1915, partido cambiará de nombre para reforzar la idea de comunidad católica (Comunión Nacionalista Vasca), y, tras conseguir representación en las Cortes, su derrota electoral en 1917 hará retornar la denominación PNV, cuyo aranismo adoptará el modelo del Sinn Fein irlandés (organizaciones sociales, culturales, sindicales y deportivas de estricto color nacionalista).

Los primeros pasos del nacionalismo gallego .- Más tardío por su realidad social (ver punto I.2) y más difícil de aglutinar por su heterogeneidad política, el nacionalismo gallego se configura a partir de las tres tendencias regionalistas que engloba: Liberal (Manuel Murgía); Federalista (Aureliano J. Pereira) y Tradicionalista (Alfredo Brañas), que llegarán a unirse en la Asociación Regionalista Gallega (1890-93), cuya tensión interna (laicos/católicos) acabará con ella para formar ligas que serán el germen en diferentes ciudades de las Irmandades de Fala (1916), primera asociación (que no partido) de carácter más político y reivindicativo. Estas Irmandades se irán reuniendo en diferentes asambleas, en las que se configurarán las verdaderas teorías nacionalistas: neotradicionalismo de Vicente Risco, Pedrayo, Losada o Filgueira (conservador y providencialista); liberalismo-democrático de Castelao y Bóveda (krausistas, regeneracionistas y federalistas); separatismo de Fuco González; socialismo nacionalista de Jaime Quintanilla. También se acordarán los puntos programáticos comunes (autonomía federal ibérica y galleguización).

I.5. La Dictadura de Primo de Rivera y el nacionalcatolicismo (1923-1930).- Este periodo trajo el ascenso de este general tras la descomposición turnista, las huelgas y el descrédito militar por el desastre de Annual: una dictadura de partido único y férreo centralismo de corte corporativista. Su idea de España buscará las viejas esencias (es decir, los valores antiguos, que incluían los días de gloria del ejército), cristalizando en el nacionalcatolicismo, una idea de estado autoritario, católico y cívicamente patriótico, que trata de recuperar el idealismo inherente a la raza y que busca la dignidad perdida mediante el uso de la fe y la voluntad, abandonando el materialismo y abrazando a la patria, sinónimo de familia. Esta ideología pervivirá hasta constituir la base de la futura doctrina franquista.

Los catalanes vieron disuelta su Mancomunidad (1925), con imposición del castellano a todos los niveles y asfixia económica hacia las entidades catalanistas, lo que hace que por primera vez se pensase en la vía armada para conseguir cotas de libertad (hecho que llevaría a Francesc Maciá a crear el Estat Catalá (1926), plataforma cívico-militar que proclama en la Habana la Constitució Provisional de la República Catalana -1928-). En el caso vasco verán desaparecer igualmente los diarios de corte aberriano, y desde luego no reciben restauración foral alguna, aunque sí renuevan sus conciertos económicos. El nacionalismo se refugiará en las expresiones deportivas y socioculturales. En cuanto a los gallegos , fueron engañados por el dictador, pues bajo la promesa de creación de una mancomunidad a cambio de su colaboración en el sistema corporativista, dio la callada por respuesta tras haberla conseguido. No obstante, este hecho y el desmantelamiento de las Irmandades produjo una reacción que cristalizó en la primera unión política de nacionalistas republicanos coruñeses: La Organización Republicana Gallega Autónoma (1930).

I.6. La II República: el Estado Integral y los Estatutos de Autonomía.- El fin de la Dictadura, el error de querer volver a la situación anterior y la cohesión generada por la oposición frente al dictador, provocó el incuestionable ascenso republicano, que asciende al poder tras su victoria urbana en las municipales de abril de 1931. Inmediatamente, sucede un hecho fundamental: Francesc Maciá proclama la República Catalana tras hacerse con la mayoría municipal de Barcelona con su partido (la coalición republicano-catalanista Esquerra Republicana de Cataluña). El gobierno provisional republicano, de forma prudente, pactó la sustitución de la República catalana por la Generalitat (con Companys como presidente) y adoptó una teoría de Estado compatible con la autonomía de municipios y regiones, en cuya Constitución no se habla de nación. El sujeto es “el pueblo” y el titular es “España”, que “en uso de su soberanía” decide organizarse como “República democrática de trabajadores de toda clase” en su modalidad de “Estado Integral”. Asimismo, se oficializa el castellano sin detrimento de otras lenguas y se posibilita la construcción de Regiones Autónomas. Esta nueva concepción de Estado producirá la escisión del nacionalismo español en dos alas : democrática (tolerante, republicanos e izquierdistas) y autoritaria (que se erige en defensora frente a los “tres peligros”: liberalismo, revolución obrera y separatismo), que formará sus partidos (J.O.N.S., Falange, Partido Nacionalista Español), conformando el Bloque Nacional (cuya respuesta será el Frente Popular). Las “dos Españas” estaban configuradas.

Cataluña.- El panorama había evolucionado hacia la izquierda y se hallaba mucho más diversificado: la izquierda catalana dominaba con ERC, pero ya había una penetración importante del socialismo (Unió Socialista de Catalunya) y comunismo (Partit Obrer d’Unificación Marxista; Partit Socialista Unificat de Catalunya). El centro se había configurado con los católicos de la Unió Democrática y del Partit Catalanista Republicá (desde 1933, Acció Catalana Republicana) y grandes figuras, como Nicolau D’olwer o Bofill. La derecha mantenía la Lliga, aun con poder, y el lerrouxismo, y la Dreta de Catalunya, en franca desventaja.

Tras la consecución de la Generalitat, el siguiente paso fue la del Estatuto en 1932, tras una primera propuesta de los catalanes que sería modificada : Cataluña como Región Autónoma (no un estado), sin soberanía específica, con cooficialiad idiomática y con estas limitaciones administrativas: enseñanza, orden público, judicatura y las que emanan de la Constitución y son potestad del Estado. Cataluña ya tenía su gobierno, pero la llegada del bienio radical-cedista y su contrarreforma agraria hizo que en 1934 Companys proclamase el Estado Catalán de la República Federal Española, que provoca la clausura del Parlament y el consiguiente desdibujamiento de la Generalitat. En vísperas del la Guerra Civil se había radicalizado el tono autonomista e independentista federal. La Generalitat mantuvo el orden durante el conflicto bélico, asumiendo las funciones del ausente gobierno hasta que éste se traslado a Barcelona en octubre de 1937.

País Vasco.- En 1930, el nacionalismo se escinde en dos: el PNV (derecha, acoge el aranismo en su seno) y Acción Nacionalista Vasca -ANV- (izquierdas, liberal y aconfesional). El PNV se orientará hacia un centro cristiano democrático, lo que supondrá la escisión de su ala radical (Elías Gallastegui) en el grupo Jagi-Jagi. El espectro político se completaba con Comunión Tradicionalista -CT- (carlistas) y el PSOE (con buena implantación social y sindical entre la masa urbana).

Su proceso estatutario fue más complejo, pues sus propuesta para las tres provincias y Navarra fueron rechazadas dos veces (por exigir capacidad para hacer concordatos con la Santa Sede, el 31, y por no haber sido firmado por Álava ni Navarra, el 33). El Estatuto nació (octubre de 1936) cuando el estallido de la guerra lo hizo necesario en interés de ambas partes, pero al fin supuso la legalización de la autonomía vasca. Concebido al modo catalán, como una Región Autónoma (Álava, Vizcaya y Guipúzcoa), se centra más en las facultades autonómicas, apenas regulando los poderes legislativo y ejecutivo. No es foralista, pero mantiene el concierto económico. José Antonio Aguirre será elegido primer Lehendakari.

Galicia.- Se halla muy dividido hasta 1931 (la ORGA en A Coruña, Agrupación Nazonalista y Esquerda Galerista en Santiago, Grupo Nazonalista en Noia), y por la urgencia en la unificación programática nace el Partido Galleguista -PG-, que unifica por fin las diferentes tendencias nacionalistas y acoge personalidades tan diversas como Picallo, Castelao, Pedrayo, Bóveda o Risco, englobando en su seno desde el tradicionalismo al marxismo. De tono federalista internacional y progresista, ofrece una solución socialdemócrata en la mejora laboral y ha ampliado ostensiblemente su base, que pasa de ser de sectores de las clases medias a tener una mayoría de campesinos, artesanos y obreros. Su excelente resultado electoral en 1933 le coloca como árbitro entre Acción Republicana y el socialismo. El conflicto surgido por el apoyo en la campaña del estatuto y el laicismo estatal, provocó las protestas de Vicente Risco , y la crisis, que acerca aun mas al ala izquierdista del partido a la República y solivianta a la derecha. Esta se escindirá en 1935 en la Dereita Galeguista de Pontevedra (Filgueira Valverde) y en la Dereita Galeguista (Risco). El PG se incorporará al Frente Popular, consiguiendo convocar un referéndum para junio de 1936, que resultó muy positivo. La Guerra truncó esta vía, pero la tenacidad de Castelao en el exilio conseguirá su aprobación, siendo este el precedente legitimador para su estatuto de autonomía tras el franquismo.

I.7. La Dictadura franquista: represión, resistencia y exilio.- Este punto quedará debidamente expuesto en el capítulo siguiente, pero sirvan estas indicaciones: el nacionalismo español se vio de nuevo abocado a un exacerbado nacionalcatolicismo: España como nación unitaria e indivisible, con destino histórico y en la que se da por supuesto la inexistencia de otros nacionalismos y la absoluta oficialidad del castellano a todos los niveles. Esta situación se irá relajando desde los años 50 (a medida que se vuelve a conectar con el mundo), aunque hasta la muerte del general no se abrió la mano ni en el reconocimiento de partido político alguno (sólo la Falange tuvo cabida, y más como ideario que como partido), y mucho menos reivindicaciones de las regiones, que fueron folclorizadas dentro de una generalizada uniformación y represión cultural, educativa y social. Pero los nacionalismos sobreviven en el exilio y la clandestinidad, e incluso se forjan nuevos sentimientos, encuadrándose en frente común con el resto de la oposición democrática. El nacionalismo se radicalizará en los años 60 (incluyendo el triste episodio del nacimiento del terrorismo), concibiendo lo español como sinónimo de la dictadura. Esta idea y los agravios sufridos por comunidades que seguían defendiendo su legalidad en el exilio, será básico para entender la restauración democrática y la consolidación del Estado Autonómico actual.

I.8. El Estado de las Autonomías.- Hasta la Constitución, la oposición democrática se reúne en diferentes asociaciones, exigiendo la ruptura y el derecho a la autodeterminación de los pueblos . En cuanto al Estado, lo primero que hace es desmontar el andamiaje franquista tras el referéndum de 1976 y celebrar las primeras elecciones generales en junio de 1977, tras las que se produjo el abandono del rupturismo por parte de la oposición para acatar las reglas del juego. Amnistías, legalizaciones, restauraciones y consensos posibilitaron La Constitución de 1978, de inspiración mixta federal-centralista : La “nación española” es la que, “en uso de su soberanía”, establece el nuevo sistema democrático. Una soberanía “que reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (art. 1.2), cuyo carácter unitario se expresa en el Art. 2: “La Constitución de fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, pero deja claro su carácter autonomista: “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas” (aunque ni define cada una de ellas ni reconoce el carácter plurinacional abiertamente).

Este estado difiere del republicano por aplicar la autonomía, de entrada, a todo su territorio y rebaja los requisitos para el acceso al estatuto, aunque distingue dos vías (rápida y lenta) en virtud del diferente grado de “entidad regional histórica”. Pero mantiene rasgos centralistas, como el rechazo a un reparto de soberanía, el mantenimiento de la red provincial y la incumplimentación del Senado de su función de “cámara de representación territorial” (art. 69). El Estado tratará de recortar el avance descentralizador , cerrando el mapa autonómico mediante la LOAPA, pero la ley fue desautorizada, continuando el proceso.

La asimetría estatal, la insatisfacción de los nacionalistas periféricos, la falta de definición del propio estado autonómico, la escasa coordinación interregional y el terrorismo de ETA han supuesto desacuerdos sobre el tipo de estado. Todo este proceso ha ido configurando una convivencia de excluyentes con duales y con españolistas no excluyentes . Tras el ingreso de España en la CEE y la apertura europeísta se ha trascendido el conflicto nacional, creando dos tendencias : constitucionalistas (Europa como pacto de estados) y nacionalistas (como pacto de pueblos). Este horizonte ha supuesto tanto el fracaso del centralismo como la búsqueda de nuevos horizontes soberanistas por parte de los periféricos.

Los nuevos nacionalismos.- El Estado Autonómico ha producido el despertar de nuevos sentimientos particularistas; incluso la derecha trata de adoptar un cierto discurso regionalista y alcanzar estas nuevas parcelas de poder tras la descomposición de UCD . Las diferentes vías de acceso y la búsqueda de una posición digna del “primer rango”, creó una diversidad de opciones que abarcan desde el regionalismo al nacionalismo como formas de abordar la nueva situación.

El nacionalismo catalán.- Durante el franquismo, el nacionalismo catalán había abierto aun más su espectro político, con el ascenso de los demócratas cristianos (CDC, con Jordi Pujol, que hará coalición con la histórica UDC para crear CiU en las elecciones de 1979), la unificación de las corrientes socialistas en el PSC (poco antes de la Constitución, habiendo obtenido el triunfo en las primeras elecciones, con la caída de ERC frente al auge socialista) y el ascenso del PSUC. La negociación del restablecimiento de la Generalitat (1977) fue de la mano de Tarradellas, presidente en el exilio, restando protagonismo político primero al Consell (antes de las elecciones) y después de ellas a la Asamblea de Parlamentarios, más proclives a negociar el estatuto antes que la restauración de aquella . Cataluña recibió su estatuto en 1979, con la cooficialidad del catalán (no obligatorio, sí el castellano), sistema ejecutivo y legislativo propio, varias transferencias (excepto educación) y pervivencia de provincias y diputaciones. Actualmente , la lentitud de traspasos han despertado una conciencia de reforma del Estatut (ERC, que busca un estado propio en el marco europeo), una revisión federalista de la Constitución (PSC) o el agotamiento previo de las vías constitucionales (CiU).

El nacionalismo vasco.- El PNV, con Garaicoechea al frente desde 1977, sigue buscando la restauración foral y la constitución de su estado autonómico. El PSE sigue siendo la fuerza no nacionalista más fuerte, y ETA sustentaba la alternativa KAS (1976, independentista), aunque se había escindido en dos ramas con su expresión política: EE (1977, transformación de ETApm) y HB (1978, brazo político de ETAm).

En este caso, fueron los partidos quienes negociaron la autonomía, pero surgió un difícil problema: la Constitución incluía el reconocimiento de sus derechos, pero dentro la soberanía nacional (hecho que hizo al PNV no aceptar la Carta ). En 1979 se firmó el Estatuto de Guernika, por el que se reconoce la nacionalidad de Euskadi, se restauran Juntas y Diputaciones, se reafirman los conciertos, se concede parlamento, ejecutivo y judicatura propias y se conceden amplias competencias (entre ellas educación y orden público), mas otras que se irán transfiriendo con el tiempo. El PNV (junto a un ascenso de HB) goza de hegemonía hasta 1984, año en que se produce la escisión: Garaicoechea fundará Eusko Alkartasuna y el PNV elige nuevo Lehendakari (José Antonio Ardanza). El nuevo partido se declarará socialdemócrata y a favor de la autodeterminación, pero rechazando los métodos violentos. 1986 acaba con la hegemonía del PNV, mientras que ETA sigue golpeando, lo que llevará a todas las fuerzas a firmar el Pacto de Ajuria Enea (1988) para la pacificación de Euskadi, que no fue posible. El descubrimiento de la “guerra sucia” del gobierno (trama del GAL), y la presión abertzale sobre el PNV tras la gran manifestación popular de 1997 (“espíritu de Ermua”), culminó en el Pacto de Estella (1998) para buscar la autodeterminación, cuya actual expresión es el plan soberanista del Lehendakari Ibarreche, encaminado a la creación de un “estado libre asociado”.

El nacionalismo gallego.- Tras la ruptura del PG sucede una nueva disgregación, acecentada por el tono galleguista de AP, UCD o la izquierda (PCG-PCE, MCG). De ella surgen: Unión do Pobo Galego (UPG), que trata de aunar al nacionalismo en la Asamblea Nacional Popular Galega (ANPG), y el Partido Socialista Galego (PSG). Ambos se fundirán en 1976 en el Consello de Forzas Políticas Galegas (CPFG.), cuyas bases insistían en la autodeterminación, aunque no la independencia. La UPG-ANPG se denominará desde 1977 Bloque Nacional Popular Galego (BNPG), que sacará unos pobres resultados en las elecciones de este año. El proceso estatutario quedará en manos de los “gallegos” de UCD, que liderados por Rosón, lo llevarán a cabo en 1980 tras una fuerte manipulación (desmovilización popular en su referéndum). Tras las elecciones de 1981, el nacionalismo presentaba dos corrientes: una, de centro, con Unidade Galega, Partido Nacionalista Galego y Bloque Nacionalista Galego, y otra de izquierdas, con los socialistas de Esquerda Galega y el Bloque Nacionalista Galego. Este último ha acabado aglutinando al nacionalismo de la comunidad, abarcando desde el liberalismo al marxismo. Su tesis han relegado algo la autodeterminación a favor de la defensa de una solución confederal.

II. DIFERENCIAS Y SIMILITUDES ENTRE LOS NACIONALISMOS (ESPAÑOL, CATALÁN, VASCO Y GALLEGO).

II.1. Similitudes.-

Alteridad.- “Algunas ideas sobre la pertenencia a una identidad común, adquieren una fuerza exclusiva y excluyente, que es precisamente el nacionalismo” . Este sentimiento de alteridad puede manifestarse en función de la raza, la etnicidad o la lengua (modelo étnico-cultural), pero también por un pacto social (modelo cívico o político). Todas ellas han generado una serie de características que han sido esgrimidas por unos u otros de diferente modo, atravesando todo el arco político.

En el nacionalismo español, la alteridad tuvo su origen en la vinculación a la monarquía por las oportunidades ofrecidas en el periodo imperial, y se manifiesta a través de las características que supuestamente han configurado el “carácter español” a través de ese recorrido: el catolicismo ortodoxo e intolerante (con sus vertientes de espiritualidad y xenofobia); el dominio de otras culturas; el tradicionalismo, la nobleza, al valentía, el orgullo, el sentido del honor, etc... Estas definiciones le dieron no pocos problemas a la hora de articular el nuevo Estado.
El sentimiento catalanista se refuerza desde las primeras “agresiones” del Estado (Olivares, Felipe V), entrando en el siglo XX como españoles en cuanto a súbditos, pero con una fuerte resistencia a ser identificados con el castellanismo, definiendo su alteridad, por ejemplo en palabras de Almirall, como positivista, analítica, igualitaria y democrática, frente a la idealista, abstracta, generalizadora y dominadora de Castilla .
La diferencia vasca arrancará sus manifestaciones tras los problemas de continuidad foral desde el siglo XIX y el rechazo a la nueva cultura burguesa. Es en este siglo cuando se comienza a hablar de un País Vasco idílico, con unos habitantes defensores de sus tradiciones, trabajadores, rectos e independientes, y, desde Sabino Arana, portadores de una raza primigenia, inalterada y superior a la degenerada española.

El caso gallego, más tardío en su manifestación a causa de su disgregación social, presentará rasgos basados en el amor a la tierra, la capacidad de resistencia, la religiosidad, la inteligencia y la ausencia de agresividad y ansias conquistadoras. También, como en el caso vasco, utiliza su raíz celta (reforzada por el aporte suevo), que conserva casi intacta su pureza, a diferencia de otros territorios de España, más o menos “contaminados”.
Elementos identificadores.- Tras la consecución del espacio político o ideológico, el Estado necesita inflamar moralmente e identificar socialmente a sus unidades , y por ello usa elementos identificadores, “cuya significación era doble: por un lado, servían como argamasa de la identidad nacional y, por otro, como proyección exterior de la misma” . Estos pueden adquirir carácter mítico, simbólico o ritual.

En cuanto a los míticos, el más importante es el recurso a la teleología histórica (como justificación y destino), que es utilizado por todos los nacionalismos desde que las teorías románticas hacen su aparición. Es la base de los subestatales desde el primer momento, pero también del español, sobre todo desde la irrupción del romanticismo. Del enfrentamiento entre las facciones políticas liberales, el problema de la integración de los viejos elementos identificativos y la adecuación de las nuevas estructuras surgió el estado centralista moderado; frente a la federalización y la pérdida colonial, el canovismo y el regeneracionismo; y frente al sentimiento de humillación del ejército y la degeneración del turnismo, el nacionalcatolicismo. Todas ellas tratan de dar una visión de España como devenir de un proceso histórico.

En el caso de los nacionalismos subestatales, esta diferencia por justificación histórica será continua, pero hay algunas particularidades. Así, en el caso catalán, su historia se justifica desde la Edad Media en base a sus particulares estructuras económicas, políticas y sociales y su tradicional situación de cierta autonomía respecto al Estado, con una fuerte penetración en una sociedad caracterizada por su comercio. Por ello, los inicios del catalanismo esgrimen como premisa su tradicional particularismo .

En el ámbito vasco la situación es distinta, pues aunque su expresión de diferencia está igualmente basada en la historia, tras la constitución de la nación española moderna sólo reclama su tradicional situación de pacto con las diferentes monarquías para preservar sus derechos forales, sin reivindicar otras realidades. El País Vasco, por esta razón, siempre estaba junto a la monarquía (Fueros y Constitución, configurando un dualismo que ha llegado hasta nuestros días), y sólo a raíz de las derrotas del carlismo y con la llegada de una nueva burguesía ligada a la industria siderúrgica, los propietarios agrarios tratan de mantener el estatus y los intelectuales construyen su historia, una historia que surge a mediados del siglo XIX en una sociedad escindida .

En el gallego, su clara especificidad étnica no se tradujo a lo largo de la historia en instituciones de autogobierno peculiares, pues hasta bien entrado el siglo XX las estructuras estamentales seguían siendo nota dominante. Esta etnicidad, es, pues, ambivalente, pues frente a su asunción por parte del campesinado, los mecanismos de centralización españolista (controlados por las élites) y la emigración funcionarán como poderosos inhibidores. La penetración social fue el principal problema con el que se enfrentó el galleguismo, que trata de construir su historia en base a un volkgeist céltico desde Murguía hasta Castelao.

La historia será, pues, esgrimida desde diferentes puntos de vista según el interés, siendo un arma fundamental como aglutinante, pues en todo caso siempre trata de ser un discurso con herencia, compromiso y proyecto de futuro . De ahí la profusión de elementos como estatuas, calles, túmulos o la inclusión de personalidades patrióticas en los textos de enseñanza.

Tras la justificación histórica, los de tipo simbólico apoyan la idea de colectividad mediante proyecciones fácilmente identificables, como la bandera, el himno o efemérides clave. Por último, los rituales aseguran la cohesión basándose en rasgos etnoculturales, sean estos manifestaciones sociales, fiestas, romerías o deportes autóctonos.

Dirección de las élites.- “El nacionalismo es un fenómeno de masas en el que, quien proclama la consigna logra que esta consigna se transmita por agentes intermedios [...] que se incorporan a su proyecto y que consiguen - y en esto reside seguramente el elemento esencial del fenómeno - la movilización de las masas” . Teniendo en cuenta esta, a mi juicio acertada interpretación del proyecto nacionalista, vemos su existencia a través del camino seguido por las élites para transmitir el patrimonio feudal a la nueva propiedad burguesa . El cambio estructural del Estado español supuso la toma de poder de una nueva clase política, que trata de construir una nueva clase de adeptos.

En el caso del nacionalismo español, el ejército, los jueces, la Iglesia, la escuela o la Guardia Civil fueron los elementos que sirvieron como vehículo para asentar esta nacionalización, y, dirigida desde arriba, no propuso ni democracia ni una integración social participativa, por lo que se consumó la diversidad regional. Si continuamos examinando el proceso en los nacionalismos periféricos, podemos apreciar que en el caso catalán fue la burguesía industrial la directora del proceso; en el vasco, el ámbito social no es el mismo, pero sí responde a sus élites de terratenientes (Juntxos) o navieros presiderúrgicos; y en el gallego fueron unos pocos intelectuales los que tuvieron que luchar contra las viejas estructuras estamentales para transferir ese patrimonio feudal. En modo alguno ha sido el nacionalismo un movimiento popular.

Radicalización frente a la crisis y reactividad.- “Otro elemento adicional que colabora a la difusión y al éxito del nacionalismo [...] es el colapso de las instituciones estatales” . Pueden observarse varios ejemplos de ello en cuanto al nacionalismo español: la reacción “patriótica” frente a la “amenaza francesa”, el fracasado proceso centralista de Canovas, la “revolución desde arriba” del regeneracionismo o el nacional-catolicismo, frutos todos ellos de situaciones de amenaza tanto interna como externa .

En los casos subestatales, su desarrollo coincide con una toma de posición centralista del Estado o una crisis. Así, la conciencia regional surge con la dificultades moderadas alrededor de la naturaleza del sistema político, y la nacional por la disociación existente entre el Estado canovista y la realidad social y económica. Los nacionalismos se radicalizan en la dictadura de Primo de Rivera, llegarán a un acuerdo en la II República y volverán a radicalizarse con el franquismo. Con la llegada de la democracia volvió el consenso, pero la imperfecta definición y asimetría del Estado español, así como el terrorismo y los nuevos procesos transnacionales han vuelto a replantear las posturas.

En palabras de Borja de Riquer , la centralización, el desequilibrio, la desmovilización social y la fracasada campaña de nacionalización propiciaron una voluntad más uniformadora que nacionalizadora por parte del Estado, obligando a la subversión a las fuerzas que no participaban del sistema. Podríamos ampliar este comentario a otros periodos, que siguen ofreciendo una desconexión social con respecto al centralismo estatal, cuya máxima expresión acabó siendo el periodo franquista, que acabó negando cualquier nacionalismo excepto el español (que se da por supuesto, institucionalizado e indiscutible), y acercando a los nacionalismos democráticos a posiciones (si no ideológicas sí de pacto), de ruptura democrática liderada por la izquierda (el nacionalismo español trata aun hoy de desprenderse de esta pesada herencia). Pero también podemos observar el proceso desde el lado periférico, pues muchos de sus avances reafirmaron a su vez el sentimiento españolista, como el hecho de la Mancomunidad catalana, la declaración explícita de Primo de Rivera en el golpe de Estado de 1923 o la reacción castellana tras la concesión del Estatuto de Cataluña en 1932.

El nacionalismo español surgió como expresión del liberalismo (la fuerza más progresista entonces), pasando por periodos muy centralistas y represivos, pero también ha adoptado vías de expresión plural, como en la actualidad. Los partidos nacionalistas subestatales nacieron desde puntos de vista conservadores, se radicalizaron hacia (o en pacto con) la izquierda, y hoy día mantienen ambas tendencias de forma no excluyente (véase el pacto implícito del PNV con HB). Este balance es expresión de una reactividad política entre nacionalismos que condiciona en gran modo todo el arco político.

II.2. Diferencias.-

Lengua y nación.- La lengua es un aspecto básico, pues es la base identificadora de una comunidad que, además, posibilita su diferenciación con respecto al Estado. En torno a ella se construye una cultura, y este es el origen de la idea de diferencia, y por tanto, de nación. Como dice Montserrat Guibernau , ”La conciencia nacional se deriva de compartir valores, tradiciones, recuerdos del pasado y planes para el futuro, contenidos dentro de una cultura particular que se piensa y se escribe en una lengua particular”.

La lengua ha sido una de las bases sobre la que se han construido las reivindicaciones de los nacionalismos para reclamar su rango de nación, atributo que por otra parte niegan al Estado, cuyos valores, entienden que no arrancan de una cultura uniforme y peculiar, sino de una situación política. Estas ideas están claramente expresadas en diferentes manifiestos por todos los nacionalismos periféricos; sirvan de ejemplo estas palabras de Juan Rigol i Roig : “Estado incapaz de producir, tansmitir y recibir la cultura de dicha parte de su población [Cataluña] [...] y al cual el ciudadano no puede dirigirse en su propia lengua materna [...] El Estado no es un instrumento común ni compartido por las distintas naciones que lo conforman, sino un ente dotado de una personalidad distinta a la de algunas de sus partes”. La importancia de la lengua como aglutinador tiene un buen ejemplo en el caso vasco, que para reforzar su tesis diferencial tuvo que conformar una lengua Euskera unificada (Euskera Batua), potenciarla para sacarla del fragmentado ámbito rural y llevarla a la totalidad del ámbito nacionalista.

El nacionalismo español ha reaccionado de diferentes formas a lo largo de su historia a esta cuestión, argumentando el peso específico y la supremacía del castellano como elemento nacional, en ocasiones impuesto de forma esencialista y excluyente, aunque actualmente, en consonancia con la nueva situación, muchas voces tienden a salirse de este debate, en favor de una visión más centrada en la búsqueda del espacio de convivencia .

Génesis.- El nacionalismo español precede a los nacionalismos subestatales, pues responde al modelo cívico o político creado por la Revolución Francesa, es decir, “la nación [...] era el conjunto de ciudadanos cuya soberanía colectiva los constituía en un estado que era su expresión política” , haciendo posible de este modo la ecuación nación=estado=pueblo. Desde este punto de vista, su justificación es la libre decisión de pertenencia a la comunidad por parte de sus ciudadanos, que no reconocen por encima de su soberanía otra instancia mayor y que implica una igualdad política y jurídica configurada en los derechos y deberes, que está por encima de usos y costumbres.

Por el contrario, los nacionalismos subestatales parten de las posteriores teorías de los románticos alemanes (Herder, Fichte, Schlegel o Burke) , lo que ha convenido en llamarse esencialismo, es decir, en base a la idea de responder a los “abusos de la razón”, se contrapone el principio ilustrado de la soberanía nacional al “espíritu del pueblo” (Volkgeist), entendida como entidad autónoma, con un destino propio y distinto al resto de naciones. Esto implica una visión de la nación como ente vivo e histórico, con existencia propia y que no depende de la voluntad de sus moradores. Sus ideas básicas en cuanto a la diferencia son, pues, la etnicidad, la lengua, la historia, la religión y la raza. La soberanía nacional se verá imbuida de estos valores desde la década de 1840, teniendo dos claros modelos de esta nueva interpretación en las unificaciones de Italia y Alemania.

Estos procesos se verán reflejados en el caso español, en el que la élites españolas tratarán de adecuar a la concepción cívica los elementos tradicionales, siendo este el origen de la deslegitimación esencialista de los nacionalismos periféricos hacia el Estado español. El estado ha tratado de incorporar la nación étnica a la nación política , constituyendo un fracaso que trató de ser paliado en las épocas republicanas y, más recientemente, en la idea de “patriotismo constitucional” de Habermas que viene imperando desde la Transición.

Los nacionalismos periféricos nacieron buscando su soberanía a través del hecho diferencial, mientras que el nacionalismo estatal justificaba ésta en la Constitución y en el hecho indiscutible de España, configurándose un panorama en el que el Estado busca nación y la nación busca estado, intentando hacer bueno el principio de Gellner por el que “Fundamentalmente, el nacionalismo es un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política”.

Por ello, las iniciativas de uno u otro nacionalismo siempre se han tomado con recelo por la postura contraria. Desde el Estado, las reivindicaciones periféricas suponían en buena medida un ataque a la unidad de España y a la esencia de pacto cívico, y desde el subnacional, las acciones estatales supondrán una uniformidad que niega sus hechos diferenciales. Cuando ambas posturas han tratado de acercar las posiciones ha aparecido el conflicto en la definición del nuevo ámbito (sea éste el Estado Federal de Pi y Margall, el Integral republicano o el Estado de las Autonomías), pues este acercamiento supone redefinir la soberanía, es decir, la vuelta a la raíz del problema, hoy día aumentado por los afianzamientos de posiciones de poder en ambos ámbitos. Quizá la superación de esta dicotomía pudiera dar al traste con un conflicto que tiene ya casi doscientos años de existencia.

El carácter difuso e intermitente del nacionalismo español.- Hay una característica que diferencia claramente al nacionalismo español de los periféricos, y, en palabras de Justo Beramendi, es el carácter difuso e intermitente del primero . Difuso, en cuanto a que la asunción de la nación es criterio común a la mayoría de las formaciones políticas; intermitente porque sólo se esgrime en situaciones que suponen una amenaza para su integridad (cuando no es así, se da por supuesta ).

En efecto, ningún partido político de ámbito estatal incluía el españolismo en su ideario, pues de forma implícita la propia actividad nacional incluía la defensa de este concepto entre sus prioridades . La política española tenía sus propios conflictos y unas veces cortaban el ámbito nacionalista y otras no. Como curioso ejemplo de lo dicho puede citarse que muchas de las grandes discusiones entre periféricos y centralistas era la defensa de uno u otro programa proteccionista, de interés para la burguesía catalana (algodón), vasca (hierro) o para los terratenientes castellanos agrarios y andaluces (cereal, vid, olivo). Estas discusiones tuvieron tintes nacionalistas cuando el equilibrio no satisfacía a alguno, o cuando se proclamaban medidas aperturistas. En estos casos, las reivindicaciones periféricas producían un recurso al españolismo desde el Gobierno y al hecho diferencial desde los subestatales.

La actualidad de este carácter difuso e intermitente tiene su refrendo en el abandono del tradicional centralismo en favor de, al menos, el Estado Autonómico, intentando en muchas manifestaciones incluso traspasar el ámbito de discusión específicamente nacionalista .

III. LOS NACIONALISMOS BAJO LA DICTADURA DE FRANCO.

III.1. La España Una y la oposición clandestina.- Tras la guerra, “el nacionalismo español organicista y centralista fue elemento central de todas las ideologías que convergen en el régimen e inspirador mayor de la acción política y del diseño institucional” . Esta renacionalización forzada, da por supuesta la oficialidad del castellano y la inexistencia de nacionalidades, según la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958), por la que España es una “unidad de destino en lo universal”(cuyas garantías son la Iglesia y el ejército), definiendo al estado nacional como una “soberanía nacional que es una e indivisible” (Ley Orgánica del Estado, 1967), y a España como una “comunidad nacional” estructurada en “entidades naturales de la vida social” (familia, municipio y sindicato) y articuladas éstas de forma corporativa a través de los Ayuntamientos, Diputaciones provinciales y Cortes. Sobre toda la estructura se situaba providencialmente por encima, la Jefatura del Estado, encarnada en el general Franco.

En este unitarismo trataron de hacerse hueco las diferentes tendencias o “familias” que componían el ámbito franquista; pero ninguna de ellas consiguió el control ideológico ni mucho menos político, llegándose a adoptar a una fusión de elementos del nacionalismo fascista (Falange) sobre una base tradicionalista católica, es decir, la integración de los valores preliberales en una teoría nacional totalitaria. El franquismo no había inventado el nacionalcatolicismo, pero lo elevó a su máximo exponente. Esta ideología comenzará a resquebrajarse desde los años 50, paralelamente a la apertura de España y a las nuevas realidades sociales, culturales y económicas que conllevaba.

Una política unitaria y exclusivista en la que todas las fuerzas contrarias a ella pasaron a ser objetos de represión por formar parte de la “anti-España”, como los nacionalismos, que por ello fueron reprimidos desde sus manifestaciones más básicas (la lengua). Esta dura actitud no fue capaz de anularlos, sino que, por reacción, sirvió para radicalizarlos e incluso para reavivarlo donde antes había sido incipiente. Por añadidura, la Dictadura provocó la reunión de todas las fuerzas de oposición en diferentes frentes comunes, por lo que las demandas nacionalistas pasaron a integrar el ideario progresista y democrático reivindicativo. Las causas que contribuyeron a esto fueron :

• Retroalimentación recíproca entre extremos contrarios, que trajo a muchos jóvenes a reaccionar contra el totalitarismo con igual intransigencia.
• La influencia (emulación) de los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo.
• Descrédito del nacionalismo español (identificación con franquismo).
• Recuperación de las tesis leninistas sobre autodeterminación y estalinistas sobre nación, que obligan a incluir a la oposición democrática las tesis nacionalistas.

Por todo ello, los años sesenta contemplaron un resurgir de partidos y asociaciones regionales que tomaron un tono democrático y autonomista , pero también el nacimiento del nacionalismo canario . Por otro lado, el PCE fue el primero que regionalizó su estructura , iniciativa aceptada por el resto de las fuerzas democráticas desde la época de la clandestinidad hasta el Estado de las Autonomías. El PCE había seguido el ejemplo aglutinador de la Assemblea de Catalunya (ver en siguiente capítulo), cuyo modelo quiso incluir en la Junta Democrática (PCE, PSP, carlistas e independientes), así como el PSOE en la Convergencia Democrática (PSOE, PNV, UDC, MCE, ORT y democristianos). Ambas fuerzas proclamaban la república federal y el derecho de autodeterminación.

III.2. Cataluña.- Tras la Guerra Civil , los dirigentes e intelectuales marcharon al exilio, pero eso no evitó a Cataluña el peso de la represión: su lengua y cultura fueron duramente reprimidas en virtud de la imposición de “una sóla lengua, el castellano,y una sola personalidad, la española” , y esto se hizo por derecho de conquista, en palabras de Franco en 1938, que deroga el Estatuto e inicia el intento de genocidio cultural. Se prohibieron las ediciones y obras de teatro en catalán, se expurgaron y destruyeron bibliotecas, se clausuraron centros culturales y se cambió la toponimia urbana y sus símbolos escultóricos, obligando a los comercios a poner sus rótulos en castellano . La cultura catalana tuvo que refugiarse por ello en las catacumbas, siendo financiada por burgueses , que, independientemente de su ideología (no todos eran antifranquistas), apoyaron a esta lengua frente al fracaso de la iniciativa estatal en su erradicación.

La resistencia política.- En Cataluña hay que apreciar dos características: dualidad organizativa exterior-interior y fuerte resistencia y penetración social del catalanismo. Los líderes políticos estaban exiliados , y solo la Lliga, que se había alineado con los vencedores, pudo permanecer, pero sin reanudar sus actividades. En un primer momento, UDC y ACR se sumaron al activismo resistente; ERC, con fuertes distensiones internas fue prácticamente desarticulada por la policía en 1947 y el PSUC perdía fuerza en el exilio, incrementando su dependencia del PCE y el abandono de gran parte de su militancia tras el pacto germano-soviético.

En el exterior , el peso de la primera oposición fue nucleado por EC, cuyos militantes y otros de la oposición en el exilio francés crearon el Front Nacional de Catalunya (FNC) en 1940, activo foco de resistencia (espionaje, paso de frontera, emisora y revista propia). Su canto de cisne surgió cuando quiso convertirse en partido (1947). En cuanto a la Generalitat, Companys optó por nombrar un Consell Nacional de Catalunya (1940-45) frente a las discrepancias entre ERC y PSUC. Companys es fusilado y Carles Pi Sunyer, delegado en Londres, forma otro Consell. La presidencia de la Generalitat estaba ahora en manos de Joseph Irla, que constituye un nuevo gobierno frente al que surge en pugna por su control, la figura de Joseph Tarradellas, que había creado a su vez una instancia representativa de todos los partidos (excepto el PSUC): Solidaritat Catalana (1945).

En el interior, se formó este mismo año el Consell Nacional de la Democracia Catalana, con representantes de todas las fuerzas excepto el PSUC. Su duración fue hasta la muerte de su inspirador, Joseph Pous i Pagès. Reconocía al gobierno Irla, pero reivindicaba su libertad de acción. Esta iniciativa propició una primera manifestación del espíritu catalán en Montserrat (1947) , cuyo reverso fue el Congreso Eucarístico Nacional de Barcelona (1952).

El lento resurgir de la unidad nacionalista.- Los años 50 muestran el distanciamiento entre el interior y el gobierno en el exilio, que desde 1954 estaba liderado por Tarradellas, que dio sus primeras muestras de personalismo al negarse a formar gobierno . Su principal oposición, en el exterior, venía del recientemente formado (México, 1953) Consell Nacional Catalá, entidad representante de 60 entidades en 30 países, pero también en el interior por el Consell de Forces Democràtiques (1951-68), integrado por ERC, ACR, UDC, MSC y FNC, que fracasó por la represión hacia sus partidos, el ascenso del PSUC como principal partido en la clandestinidad y la falta de bases obreras.

Como sucedió en otras ocasiones, el catalanismo demostró su vitalidad refugiándose en actividades culturales y folcloristas . Si los partidos eran duramente reprimidos, la acción pasaba a las asociaciones, que organizaban concursos literarios, actos y conmemoraciones (con el apoyo de la burguesía y el bajo clero), con la lengua como aglutinante básico. Así, una campaña contra el director de la Vanguardia Martínez de Galinsoga supuso la primera manifestación de un nuevo grupo de raigambre cristiana liderado por Jordi Pujol . Ni siquiera fue capaz el franquismo de atraerse a miembros católicos y conservadores.

Durante la década de los 60 se produjo una importante reactivación cultural, fundándose editoriales como Serra d’Or y Edicions 62, realizándose campañas a favor de la inclusión del catalán en la escuela o apareciendo una nueva forma de protesta en la Nova Cançó, con nuevos autores no sólo folcloristas, como Raimon o Lluís Llach, que con canciones emblemáticas crearon nuevos símbolos de unión en la resistencia. “Sin esta complicidad compartida no se explica el futuro éxito de la Assemblea de Catalunya”.

Los años 60-70 confirman el fracaso de la castellanización , el ascenso del PSUC, el aumento de los militantes y la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB) en defensa de la enseñanza del catalán. Los partidos políticos se sientan en 1966 en la Taula Rodona (esta vez incluido el PSUC), que configuran la Coordinadora de Forces Politiques de Catalunya en 1969, en cuyo manifiesto se hallaban las reivindicaciones de amnistía, libertad, restauración del Estatuto como paso previo para la autodeterminación, paso previo para la creación de una fuerza aglutinadora de mayor alcance y calado social: la Assemblea de Catalunya (1971), con los miembros de la Coordinadora más el PSAN (escisión marxista del FNC en 1969), el PORT y el PSOE, los sindicatos CCOO y UGT y juventudes, asociaciones y personalidades independientes, creando un crisol de fuerzas de tal solidez y amplitud, que condenaban al fracaso a los intentos de crear organizaciones terroristas, al modo de ETA . Su slogan: “Llibertat, Amnistía, Estatut d’Autonomía” describe sus reivindicaciones. Su mayor éxito fue sacar a la calle la reivindicación, pues ahora eran las fuerzas del orden las que veían en aprietos para reprimir las manifestaciones y la propaganda.

Tarradellas era el símbolo de la legalidad catalana; la Assemblea el de la resistencia política y popular. Esta dualidad trajo no pocas distensiones internas durante la Transición entre ambos entornos, pero de uno u otro modo, llevó a la muerte de Franco una Cataluña con fuertes argumentos.

III.3. País Vasco.- La dictadura acabó igualmente con los conciertos de Guipúzcoa y Vizcaya y con la autonomía de Euskadi. Algunos dirigentes del PNV quedaron en la cárcel, otros marcharon al exilio (entre ellos el Gobierno vasco, claro está), primero en Francia (campos de concentración) y tras la entrada alemana, en América. Este hecho produjo una situación acéfa en el seno de su Gobierno , quedando el Lehendakari Aguirre en Estados Unidos (donde inició una campaña a favor de la intervención de las democracias en España, con poca visión de los hechos sobre las componendas entre franquistas y norteamericanos, que siempre existieron ) y, por otro lado, un recién constituido Consejo Nacional de Euzkadi en Londres (Manuel Irujo, 1940), que elaboró, al margen de la legalidad republicana en el exilio un Anteproyecto para la Constitución de la República Vasca, repudiado por Prieto e Irujo desautorizado por Aguirre.

A diferencia de la resistencia catalana, que tenía en su seno tendencias independentistas y estatutarias, el PNV y el Gobierno Vasco buscaban el reconocimiento de su independencia como estado-tapón frente a una posible caída de Hitler, que aparejaría la de Franco , exigiendo a socialistas y republicanos vascos su desvinculación de los partidos españoles. Esto chocó con Prieto, enemigo de esas tesis nacionalistas y cuyas tesis acabaron triunfando. El PNV volvió a tener su centro en Francia en los últimos años de la Guerra Mundial, luchando activamente para recomponer la fuerza de Euskadi en una futura cambio de régimen español.

El fracaso de las expectativas.- Con el desarrollo de los acontecimientos, el PNV trató de generar una nueva Galeuzca , que fracasó por el desequilibrio entre las tres nacionalidades y la oposición de Prieto. Trató entonces de reconciliarse con la República y la izquierda, volviendo a una vía más pragmática (estatutaria) a tenor de los acontecimientos, e incluso a participar en el gobierno de Prieto. Su gobierno, ahora en Bayona, seguía ayudando a Estados Unidos en su lucha anticomunista y promoviendo huelgas (1947 y 1951) en el interior del País Vasco, pero la confirmación de los americanos y la Santa Sede del régimen de Franco acabó con las expectativas: el PNV se adhiere a Europa a través de la adhesión a las democracias cristianas y la propugnación de una Europa federal . La actividad del nacionalismo vasco se tradujo en una diáspora de publicaciones con centro en París y delegaciones en hispanoamérica , además de emisoras en París y Londres. Muerto Aguirre (1960), el nuevo Lehendakari, Jesús María Leizaola, no tuvo el carisma de su predecesor, perdiendo fuerza el movimiento tradicional desde el exilio.

El nacionalismo radical y violento de ETA.- La situación en el interior era de un clero nacionalista represaliado, una intensa industrialización (=inmigración), retroceso del Euskera y colaboracionismo de la burguesía con el Régimen. Mientras tanto, el nacionalismo se refugiaba en la Iglesia, la familia y asociaciones culturales, folclóricas y deportivas.

En este entorno interior, surge una nueva generación que tenía dos características: frustración de expectativas y desvinculación del pasado republicano. Un grupo de estudiantes de bilbao creaba el grupo Ekin (hacer), en defensa del Euskera y la historia vasca, integrándose en las juventudes del PNV. Las discrepancias con el partido (por su vinculación republicana y posibilista) les llevarán a crear en 1959 Euskadi To Askatasuna (ETA), agrupación que abraza el aranismo (excepto el integrismo católico) y cuya expresión de nueva generación radical es que no se vinculó al progresismo político de ANV, sino a los sectores más radicales: Aberri y Jagi-Jagi, promotores de una lucha frontal con España (aun no violenta).

La Dictadura había hecho creíble la idea de ocupación española, que en tiempos de Arana era absurda, y por ello “ETA no nació sólo contra Franco, sino también contra España” (pues la figura encarnaba el concepto, siendo ambos enemigos a batir). ETA comenzará a cometer sus primeros atentados en 1961, y a través de sus distintas asambleas se proclamará en 1967 como Movimiento Socialista Vasco de Liberación Nacional, intentando aunar socialismo y nacionalismo. Esta idea entronca con las causas expuestas en el capítulo IV.1, por cuanto Euskadi es considerada una colonia, y, al modo de los movimientos de liberación del Tercer Mundo, era lícita su liberación a través de la guerrilla . Esta visión contrastaba con otra realidad en el País Vasco: la lucha obrera contra la Dictadura y un entorno muy industrializado.

ETA se constituye, en su V Asamblea (1966-67) en un conglomerado económico, político, cultural y militar, alcanzando una escalada terrorista sin retorno en 1968 basada en la fórmula acción-reacción-acción. Tras el asesinato del Jefe de la Brigada Político-Social de Gupúzcoa, Melitón Manzanas, el Gobierno declara el Estado de Excepción y la persecución carcelaria de los militantes y simpatizantes de ETA, que tuvo su punto álgido en el Juicio de Burgos contra 16 miembros de la organización (incluía 6 penas de muerte). La fuerte oposición nacional, internacional y del propio Vaticano propiciaron el indulto, mostrado como un gesto de magnanimidad por el Estado, pero que en realidad lo era de aislamiento y debilidad, “comenzando entonces la crisis política del tardofranquismo” .

Paradójicamente, en 1970 ETA sufría una escisión en la VI Asamblea (marxista-leninista) y los nacionalistas-militaristas de la V Asamblea. Las acciones terroristas fueron el detonante para un nuevo cisma en 1974: ETA político militar y ETA militar, cuya diferencia radicaba en la compaginación de la lucha armada con la acción de masas en los primeros, y la acción estrictamente militar en los segundos . Los estados de excepción, detenciones y encarcelamientos se sucedían, hasta que la Ley Antiterrorista permitió el fusilamiento en 1975 de dos etarras y tres miembros del FRAP. La dictadura terminaba sus días arrastrando un problema cuya solución aun está pendiente.

III.4. Galicia.- La realidad gallega presenta una nueva característica, y es que, antes de la llegada de Castelao por el exilio, en Argentina y debido a la fuerte emigración, se había constituido un galleguismo escindido en dos facciones: los separatistas (Sociedad Nacionalista Pondal) y los federalistas (Federación de Sociedades Gallegas, más en sintonía con el galleguismo español).

La llegada de Castelao trata de unificarlos en la Irmandade Galega (1942), aunque las discrepancias entre exiliados porteños eran muy latentes. No obstante, escribe su ideario político y constituye el Consello de Galiza (1944), de escasa efectividad frente a la actitud antisecesionista del Gobierno republicano. Los intentos de la Galeuzca fueron infructuosos por la debilidad del galleguismo estatutario.

El desencanto por el reconocimiento internacional franquista fue el canto del cisne para el poder del nacionalismo gallego en el exilio, aumentado por la muerte de Castelao en 1950. Como en los otros casos, la oposición debía operarse desde la Península. En ésta, el PG estaba muy desmembrado y perseguido, y busca la alianza con otras fuerzas antifranquistas para operar, llegando a integrar a Unión Republicana Gallega dentro de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (1945). No obstante, la acción represora del Gobierno acabará con estas iniciativas en 1949. Resultado: el galleguismo se refugia, como el vasco y catalán, en su lengua y cultura, bajo la dirección de Ramón Piñeiro.

El cambio generacional.- En el caso gallego, la nueva juventud que surge a finales de los años 50 también optan por una postura más activa, comenzando por los estudiantes del grupo Brais Tinto y el Consello da Mocedade, reunión de izquierdistas, democristianos y nacionalistas (ahora de raigambre marxista), cuyo ala más marxista dará lugar, en 1964, al primer partido nacionalista gallego de inspiración marxista revolucionaria: Unión do Pobo Galego, que propugna la autodeterminación de Galicia, el gallego como idioma oficial y en la enseñanza, la socialización de la empresa, el cooperativismo agrario y la democracia popular. Como en el caso de ETA, UPG considera a Galicia una colonia española, pero nunca abrazará (a pesar de algunas tentativas) la lucha armada.

La línea más continuista del galleguismo republicano resurge en 1963 en el Partido Socialista Galego (PSG), de ideología no marxista y reformista-democrática. Ambas formaciones utilizaron este periodo para calar en los medios obrero, urbanos y campesinos, así como preparar las bases para un futuro partido de amplia y fuerte base, pues no se considera conveniente refundar el viejo PG del exilio. Las nuevas generaciones han arrinconado el federalismo posibilista republicano y han escorado hacia la izquierda al nacionalismo gallego.

III.5. Algunas conclusiones.- De este periodo pueden extraerse algunos rasgos distintivos, de crucial importancia para el desarrollo del futuro Estado Autonómico:

• El nacionalismo español salió tremendamente perjudicado, tanto por su intolerancia como por no reflejar los símbolos identificativos de la mayoría de la población (hasta caer en lo grotesco). La idea de España fue asimilada por un nacionalcatolicismo centralista que desdibujó la realidad de su diversidad plural.
• La oposición (en general) se radicaliza por reacción frente a la acción represiva.
• La represión produce la unión de las fuerzas opositoras en busca de una plataforma común, cuyos postulados reúnen todo lo que el franquismo rechaza, es decir, la libertad, la democracia, la autodeterminación y la pluralidad. Esto incluye las tesis nacionalistas.
• El acercamiento de las ideologías de la oposición (con mayor fuerza, sin duda, en la izquierda) lleva a los nacionalismos a adoptar posturas que en sus inicios les eran ajenas, como las marxistas y leninistas.
• La perduración y desarrollo de las lenguas y expresiones culturales periféricas, a pesar de la dura represión, son índices indudables del fracaso del nacionalismo estatal impuesto.
• La penetración social del franquismo fue insuficiente para ahogar los movimientos periféricos, pues tanto el clero como buena parte de la burguesía (incluso franquistas, como en Cataluña) financiaban y apoyaban las iniciativas nacionalistas.
• Los movimientos de Liberación del Tercer Mundo y la ideología soviética sobre el derecho de autodeterminación son las ideología reactivas de una juventud que, desde mediados de los 50, no tiene ya nada que ver con los históricos de la República o la Guerra Civil, cuyas fracasadas expectativas están desligadas del cambio generacional experimentado.
• El nacionalismo del interior, fue, por ello, el director de los movimientos de oposición. Las instituciones en el exilio sirven para legitimar su realidad, pero el nuevo marco de actuación es el asociacionismo político y social de nuevo cuño.
• Los organismos en el exilio mantienen posturas divergentes, desde el federalismo hasta la autodeterminación. En el interior, se postula esta última forma como premisa fundamental para conseguir la democracia.

IV. LOS GRANDES TEMAS DEL DEBATE ACTUAL SOBRE LA CUESTIÓN NACIONAL EN ESPAÑA.

IV.1. El problema de la definición.- El Estado español ha quedado definido por la Constitución de forma tan original como ambigua. Por un lado, como nación indivisible, sin reparto posible de soberanía. Por otro, con un reconocimiento del derecho de autonomía de nacionalidades y regiones (aspecto no precisado, pues ni define unas y otras, ni separa la confusión entre el término “nación” y “nacionalidades” dentro de un mismo ámbito). Esta peculiaridad ha creado la original fórmula de Estado Autonómico, tan denostada por imperfecta como modelo a estudiar por varios estados de reciente creación (como los surgidos tras la escisión soviética).

En este sentido, es interesante la discusión entre el encasillamiento federal o no de este modelo, a la vista de su novedad. Según Eliseo Aja, la solución a este problema radica en el abandono del nominalismo , pues muchos países adoptan nombres que no responden a su situación real (caso de la Confederación Helvética, por ejemplo): Por otro lado, los estados federales tienen características propias, existiendo una gran heterogeneidad, y, por último, muchos estados denominados así engloban asimetrías que han creado sistemas dobles (casos de Canadá o Bélgica). Asume de este modo plenamente la peculiaridad española, insistiendo además en que no es necesario que un Estado federal necesite para su realización la existencia previa de estados independientes . Por último, afirma que la soberanía de los estados miembros no se reconoce en ninguna constitución federal .

Si Aja reconoce la personalidad del peculiar sistema español, paradójicamente alejado del debate político-ideológico, para Edurne Uriarte no hay duda de que estamos en un sistema federal , y J.J. Solozábal no le concede este rango en virtud de su dualidad unitaria-autonomista, que a su juicio presenta las ventajas de la propia naturaleza de ambas. Por supuesto, para los nacionalismos subestatales, no se trata de un Estado federal, pues la superación del actual marco les obliga a remitir a este tipo político (al menos) en el futuro. El debate es amplísimo: para unos un nominalismo a superar, para otros un sistema a cerrar. La superación de esta dicotomía determinará la dinámica futura del Estado.

IV.2. La resolución del Estado Autonómico.- Las imprecisiones del diseño constitucional y su inconcluso proceso han producido, con el tiempo, que la postura de los principales partidos nacionalistas consideren “superado” el actual marco legal. Varios factores han contribuido a este conflicto aun por resolver :

• Falta de un mecanismo de financiación definitivo para las CC.AA., que además se ve complicado por los conciertos vasco y navarro, que impiden una homologación global. Los modos de financiación de consiguen tras acuerdos por periodos de tiempo, tras los cuales vuelve a desatarse una espiral reivindicativa que en muchos casos termina por poner continuamente en tela de juicio al propio estado, pero que a la postre supone un generoso desarrollo estatutario y económico. Este proceso ha afectado por igual manera a otras regiones, que han tenido que incrementar su presión reivindicativa para no quedar descolgadas con respecto a las nacionalidades históricas.
• Duplicidad de competencias entre las administraciones central y autonómica. La burocracia se ha multiplicado sobremanera desde la creación del Estado Autonómico, solapándose funciones y funcionarios, y creando un cierto clientelismo en muchas estructuras regionales.
• Ausencia de mecanismos de coordinación. El Senado, que debería ser el auténtico foro autonómico, aun no ha conseguido consolidarse en tal función, devengando el debate en el Parlamento y los partidos políticos, que acaba configurando un sistema de equilibrios pactarios con fines de gobernabilidad.
• El actual marco europeo, al cual se ha trasladado el debate en cuanto a la configuración de una Europa cuyos estados tengan la adecuada representación de los pueblos que los integran.
• El terrorismo de ETA y la tendenciosa ambivalencia del PNV al respecto.

Estos conflictos han generado diferentes posturas : para el PP, es imprescindible el cierre del modelo autonómico; para los catalanistas de izquierda, un amplio abanico que va desde una relectura de la Constitución, un federalismo asimétrico o un agotamiento de la vía autonómica; para el BNG, un modelo confederal; para los socialistas, el avance hacia un desarrollo cada vez más federalista; para Izquierda Unida, la consecución de un estado plenamente federal; para el PNV, la autodeterminación que, según el reciente Plan de Ibarreche, llevaría a un País Vasco como “Estado libre asociado”.

Además de estas propuestas de solución, el debate ha llevado también a diferentes reinterpretaciones del texto constitucional , tras las cuales se han alumbrado igualmente discutidas leyes, como la que dio lugar al sistema educativo catalán basado en la “inmersión lingüística”.

Sea como sea, el actual Estado español está intentando hacer frente al manejo de su ya asumida pluralidad, siendo uno de los estados más descentralizados de Europa, superando a modelos federales como el alemán, o, si se quiere, a estados con mayor número de comunidades que sienten su hecho diferencial, como el británico. El conflicto se está reformulando en base a la nueva realidad globalizadora y al propio marco europeo, en vísperas de construir su Carta Magna. El problema sale de nuestras fronteras y ha cuestionado, como veremos, al propio concepto de Estado-Nación.

IV.3. El nuevo marco supranacional.- La nueva realidad está trastocando, pues, este concepto. Varios son los factores que intervienen. En cuanto al nuevo marco europeo , la dicotomía entre el impulso a la unidad económica y la debilidad de su base política, marca un punto de inflexión en la superación del conflicto nacionalista, pues los diversos intereses políticos y económicos de los socios, con tomas de decisiones por comisiones no sujetas a un poder legislativo, se alejan del camino democrático que debe tener el nuevo espacio europeo. Además, ha implicado una cierta pérdida de competencias del Estado sobre actividades antes intrínsecas a su soberanía y su menor capacidad de decisión ejecutiva dentro de este inconcluso marco. Teniendo en cuenta que la sensación de orfandad del individuo ante fuerzas y procesos sobre los que no tiene ningún control han contribuido al reforzamiento del nacionalismo , ha devenido en una demanda de éstos para construir una ”Europa de los pueblos” , aspiración defendida por Alemania y rechazada por Francia.

El europeísmo es una expresión de la nueva tendencia a la Globalización, en la que la interrelación de los mercados suponen la creación de grandes bloques económicos (multipolaridad económico-comercial que sustituye a la político-militar). El aumento de los procesos de comunicación ha interrelacionado las sociedades, ha supuesto una fusión étnica y cultural y una creciente homogeneización. Estas profundas transformaciones han creado cambios radicales en las estructuras sociales, más móviles, cambiantes y desprotegidas en las sociedades desarrolladas y con fuerte emigración de la población del Tercer Mundo.

Este último hecho es otro indicador del cambio que se está operando a nivel mundial, y que introduce un importante elemento a tener muy en cuenta en cualquier teoría nacionalista, enfrentada en muchos casos a la nueva ciudadanía generada por la Globalización.

Por todo lo expuesto, asistimos a una cierta deconstrucción del estado-nación , pues a las trasferencias internas hay que sumarle las externas, en un sistema donde prevalece la individualidad y lo privado sobre la colectividad y lo público. Es curioso contemplar como el liberalismo, una de las fuentes primordiales en la construcción del estado-nación, está provocando su ocaso. A su vez, se está generando una disolución de la alteridad (o un traslado de ésta al ámbito económico), por lo que el nacionalismo adopta carácter vanguardista, como preservador de la identidad , superando la hipótesis de Hobsbawm sobre su próximo fin. Puede decirse que el nacionalismo, con principios en gran modo discrepantes con la tendencia globalizadora, es “un moribundo que goza de una extraordinaria salud” .

IV.4. La autodeterminación.- Esta es una reivindicación que afecta a un problema clave de la pluralidad española: la soberanía. Teniendo en cuenta que, según la Constitución, ésta es para todos los integrantes del Estado, una e indivisible, el problema de la autodeterminación se plantea desde diferentes perspectivas:

En cuanto a su legalidad constitucional, recogeré dos opiniones significativas. La primera, de J. Mª Santos : “Obviamente, cualquier planteamiento secesionista de carácter democrático exige lealtad a la Constitución y, por tanto, al procedimiento previsto para su reforma: en definitiva, debe someterse a la decisión de todos los españoles”. La segunda, de Eliseo Aja : “Tampoco puede sostenerse que la Constitución la acoge [a la autodeterminación] indirectamente, porque el Estado español haya firmado tratados internacionales donde figura, ya que éstos lo refieren únicamente a los antiguos territorios coloniales, lo que no parece extensible a las CC.AA. por mucho que se fuerce la interpretación. En el sistema español, el derecho de autodeterminación no existe, ni en virtud del derecho Internacional ni en virtud de la Constitución”.

En cuanto a su derecho democrático, el mismo Aja afirma que la su negación puede repugnar por antidemocrática, proponiendo que “si persiste, han de fijarse las condiciones del pronunciamiento, los derechos de los que se manifiestan en contra, los repartos de funciones y medios, la mayoría necesaria, etc..., pues “La Constitución asegura el orden y estabilidad, y, en consecuencia, la secesión de una provincia no puede realizarse unilateralmente –en virtud de la Constitución-, es decir, sin negociaciones”.

La autodeterminación es defendida irrenunciablemente desde este último punto de vista por los nacionalismos. Así, en palabras de Iñaki Anasagasti , si el reconocimiento para decidir libremente el futuro no tuviese cabida en el ordenamiento jurídico, “estaríamos ante la necesidad de tener que plantear una modificación formal de la Constitución o, simplemente, el rechazo ante este derecho”. Carlos Aymerich Cano también busca salvar el escollo constitucional mediante la creación de un nuevo estado confederal por convenio, paralizando el actual proceso autonómico en busca de un nuevo consenso admitiendo la realidad de los nacionalismos. La misma idea de reformulación expresa el nacionalismo catalán, aunque siempre más fluctuante entre la vía autonómica y la autodeterminación.

IV.5. Los nacionalismos en la actualidad.- Desde la Transición, la idea de España trata de recuperar su rango de estado soberano popular. El nacionalismo español, tras la degradante periodo franquista, lucha por redefinirse dentro de las claves constitucionales, es decir, como un pacto ciudadano y democrático, un proyecto político común (el “patriotismo constitucional de Habermas”), en el que España, como hemos visto, se ha visto definida de forma tan incompleta como novedosa. Esto ha generado innumerables debates que no quedan en el propio orden semántico, sino de límites de esta nueva concepción. Nación de naciones, Estado plurinacional u otras formas de definirlo, indican que, de alguna forma, las contradicciones existentes no han permitido superar satisfactoriamente el “problema de España”. Sirvan como ejemplo los coloquios sobre la cuestión realizados por acreditados politólogos e historiadores desde la Transición . En ellos, se debaten desde la propia idea de España hasta las propuestas de articulación definitiva del Estado, y éste en cuanto al futuro constitucional europeo. Ninguno de ellos descarta el hecho de la pluralidad, si bien, incluso las posturas más defensoras de la idea de una España indiscutible, tratan de adecuarla a su futuro como entidad o empresa común .

Si a esto le añadimos la presente situación, que sobrepasa el tradicional marco fronterizo, su efecto en el nacionalismo periférico ha producido una multiplicidad de direcciones. Por un lado, las reivindicaciones hacia el Estado siguen esgrimiendo argumentos tanto históricos (utilizando con cierta asiduidad esa “mala conciencia” que la Dictadura legó al nacionalismo español) como funcionales (deficiencias y superación del marco hacia, al menos, el federalismo. Pero por otro, las nuevas posibilidades de participar en un proceso trasnacional ha trascendido el ámbito reivindicativo, buscando mayores espacios de poder y representatividad.

Amén de las diferentes formas de discutir el ámbito soberano, persiste por otro lado el problema terrorista, que es esgrimido por el nacionalismo vasco al más puro estilo decimonónico (la “amenaza carlista”, ahora en las tristes manos de ETA), además de ofrecer ocasionalmente pinceladas raciales, volviendo a las maneras de Arana.

IV.6. El sentimiento popular.- En cuanto este punto, los trabajos de José Luis Sangrador (1996) y Félix Moral (1998) sobre encuestas muestran interesantes resultados:

• Retroceso de ciudadanos que se sienten exclusivamente españoles, con la excepción de Madrid (zona donde no hay siquiera regionalismo centrípeto).
• Predominio de identidad dual sobre la excluyente (excepto en Cataluña, País Vasco, Galicia y Canarias, donde tiene mayoría relativa la segunda).
• La dualidad identitaria se corresponde con la dualidad electoral (más votos nacionalistas en las elecciones autonómicas, menos en las generales), lo que indica que la población ha asumido el modelo autonómico.
• En las tres nacionalidades históricas avanza el nacionalismo desde la construcción autonómica y desde el ingreso de España en la C.E.

De esto se puede extraer que hay un avance del nacionalismo subestatal, pero que convive en sus mismos territorios con identidades duales muy fuertes. Asimismo, se aprecia el retroceso del sentimiento centralista español. Se ha superado claramente una etapa, pero la construcción no ha finalizado su recorrido, quizá en aras de una futura reformulación.

V. UNA VISIÓN PERSONAL

El nacionalismo corre paralelo a lo que se ha dado en llamar Edad Contemporánea. Según Hobsbawm , es un término inventado y que no responde a ninguna realidad preexistente y eterna. Estoy de acuerdo en cuanto a su concepción moderna, pero tampoco puede entenderse como un proceso que ha surgido por generación espontánea, sino que ha sido el devenir (como todo proceso histórico) de una serie de elementos que se han ido conformando y transformando a lo largo de los tiempos y que explican esta fuerte presencia, que en gran modo se ha visto potenciada de forma presumiblemente contradictoria en cuanto a la actual propuesta global. Otra cosa es como se ha articulado este proceso. Ni es lícito decir que España es una invención, ni que es un destino ineludible. Tampoco puede decirse que Cataluña o el País Vasco “nacieron” a mediados del siglo XIX.

El proceso nacionalizador español ha mantenido diferencias con otros procesos mundiales que han resultado más homogéneos (aunque estoy de acuerdo con Hobsbawm en que la gran mayoría de las naciones actuales son sociedades culturales heterogéneas). El primero, es que tras la declaración constitucional de Cádiz, la lucha por el restablecimiento del Antiguo Régimen o la aceptación del liberalismo duró muchos años (al reinado de Fernando VII añádase el episodio carlista, que duró hasta Canovas). El segundo, que tras haber derrotado en primera instancia a los carlistas y habiéndose aceptado plenamente el constitucionalismo liberal, las nuevas teorías románticas complican el panorama de la nacionalización del país, pues el Estado moderado trata de adecuar a la nueva estructura los símbolos que identificaban a España, tal y como lo exigía el esencialismo europeo. Problemas como el papel de la monarquía, la definición del sujeto de soberanía o la Iglesia, fueron el primer fracaso de la nacionalización de España y el primer síntoma de su debilidad. Esta debilidad puede observarse en el insólito hecho de que Espartero despojase de sus fueros a Euskadi, pero no de sus privilegios económicos; o que Narváez no atendiese la foralidad vasca tras el acuerdo para su revisión.

En medio de esta situación está el país, desigual, analfabeto y atrasado con respecto a Europa. Las regiones no reciben la influencia aglutinadora del Gobieno, pues las propias élites están enfrentadas. La fractura social es un hecho tan consustancial a la historia de la España contemporánea, que su resolución ha llegado hasta nuestro actual Estado.

España había entrado en la nueva era a través de la unión de Juntas en una asamblea común, pero tras la Constitución de Cádiz se abandonó esta forma de diálogo plural, ofreciendo a cambio un centralismo no participativo y lleno de conflictos. La respuesta de las regiones con más sentimiento de peculiaridad no se hizo esperar, y aunque fue expresada de forma muy desigual, produjo los renacimientos culturales y el primer sentimiento regionalista.

Esta debilidad se manifiesta de forma directamente proporcional a la fuerza que emplea el Estado para mantener la unidad. Es curioso como una reforma tan aparentemente estructurada, coherente y profunda como la de Canovas, fue el origen de la España del caciquismo, una forma muy pobre de considerar la realidad popular. Las reformas emprendidas siempre devenían en el beneficio de un grupo concreto (sea éste el Ejército, la industria catalana, los propietarios agrarios castellanos o los industriales vascos), y los intentos de identificar a España con su pueblo no podían pasar sino por una reforma seria a todos los niveles. Es significativo que uno de los enemigos del sistema sea precisamente el núcleo más activo y prometedor del país: las ciudades, el único ámbito donde el ciudadano podía tener contacto con el progreso y las nuevas ideas. En desacuerdo con Andrés de Blas , que afirma la fortaleza del Estado decimonónico, creo que la fuerza de éste se mide por la aceptación que hace de él su pueblo y por tanto, del grado de integración que ha alcanzado.

El fracaso del nacionalismo español posibilitará el nacimiento de los periféricos, que si argumentan poseer diferencias comunes y compartidas por gran parte de su población (aparte de las culturales, no hay que olvidar que constituían las zonas más ricas de España), lo que redundará en este caso en el éxito de la “invención” de su nación. Pongo este término entre comillas, pues era el Santo Grial que todos estaban buscando: el españolismo para tratar de completar su justificación (como estado-nación), los subestatales para configurarse como tales (pues tras esta consecución, la reivindicación lógica es la de la parte del binomio que les falta: el Estado).

El triunfo periférico significó su entrada en la arena política, revolucionando el tradicional sistema estatal de partidos, que tenían ahora enemigos no sólo en el republicanismo y en las izquierdas. La nueva situación produjo fusiones y pactos con los nuevos partidos no nacionalistas, surgidos de la respuesta obrera, y por otra parte, una reformulación del nacionalismo español en dos vías: la aceptación de una España de realidad plural (que formará frente común con los nacionalismos periféricos) y el refugio conservador en las viejas ideas de la esencia nacional y unitarista. Las “dos Españas” se habían formado de una fractura social que por no resuelta, se radicalizó hasta extremos realmente tristes.

Esta es mi interpretación de los hechos hasta la Transición democrática. Creo que este periodo cierra una etapa, pues desde la muerte de Franco España se ha visto inmersa en una realidad muy distinta, tan distinta que ha revolucionado al país desde sus cimientos, y por ello creo necesaria la elaboración de una historia que explique desde los inicios porqué hemos llegado hasta aquí en la cuestión nacionalista y dónde estamos. Creo firmemente que hemos “cambiado de era”, y esto requiere un esfuerzo especial, pues la comprensión del fenómeno nacionalista en la actualidad ha cambiado sus tradicionales parámetros en muchos sentidos.

Desde la Transición, han sucedido varios hechos trascendentales: El Estado ha sido construido en base a su realidad plural; España se ha subido al carro europeo, conectándose de nuevo con la modernidad; y el mundo ha experimentado un cambio radical que, iniciado por la revolución de las comunicaciones, está trascendido viejas estructuras y creando un sentimiento universalista que trae nuevas soluciones y problemas. Como dice Geiss , se está configurando un espacio de “áreas culturales” que suponen una ampliación, en círculos concéntricos inclusivos, de los lazos de pertenencia y solidaridad. Martha Nussbaum , por su parte, propugna que estos círculos concéntricos de pertenencia sean invertidos (local, regional, nacional, continental, planetario), para que el último vínculo de solidaridad, es decir, la humanidad, se convierta en el primero.

El primer aspecto, la solución pluralista del Estado, puede entenderse como el último refugio del centralismo, pero también como la expresión de un pacto entre todas las fuerzas políticas (por vez primera). Esta nueva situación, en la que se ven implicadas todas las regiones del país, ha generado una serie de problemas en el ámbito estrictamente nacionalista, que tienen ahora que ver con asuntos económicos y administrativos (transferencias, aportaciones y órganos de decisión) y de equilibrio entre las diferentes autonomías, con el problema reivindicativo existente entre regiones de identidad forzosa (so pena de perder competencias) y las nacionalidades históricas (celosas de perder su mayor potencial). El hecho de que el Estado de las Autonomías sea aun hoy un proceso abierto e inacabado, ha supuesto todo un sinfín de reformulaciones del mismo, ya que se trata de un modelo muy novedoso y que necesita, por su propia naturaleza, de altas dosis de implicación entre las partes. Frente a esta realidad, los discursos nacionalistas están respondiendo de diferentes maneras, entre la adecuación autonomista, federal o secesionista al nuevo espacio interno. La mala conciencia heredada del nacionalismo español ha sido arma fundamental en las reivindicaciones subestatales, que vieron en algunos casos el momento idóneo para reclamar su soberanía (caso vasco), pero, sobre todo, la ocasión perfecta para alcanzar verdaderas cotas de poder, y no sólo en su territorio, como lo demuestra el papel de árbitro de los partidos nacionalistas en la gobernabilidad, a tenor de las elecciones sin resultado de mayoría absoluta.

El segundo aspecto es el nuevo marco europeo. El Estado español se halla ahora inmerso en un nuevo proceso supranacional que ha abierto nuevos horizontes de ciudadanía (ya que, además de los pueblos que integran Europa, pueden alcanzarlo personas desvinculadas de su historia: nueva construcción de identidad europea) y un futuro ámbito constitucional (que podría propiciar, según esperanza de los nacionalismos subestatales, una “Europa de los pueblos”). Una Europa que acaba con las fronteras sin quitarlas del mapa; el Estado-nación moderno está, al menos, en proceso de cambio.

El tercero, el relativo a la globalización, que tiene dos vertientes: por un lado, el temor a perder la identidad propia bajo una nueva miscelánea cultural, y por otro, abre el camino para la construcción de nuevas entidades económicas y administrativas intermedias (entre el Estado-nación y la entidad supranacional). Ambas vías pueden ser la explicación del auge de los nacionalismos en un momento que parece el menos idóneo para ello.

Estos hechos han abierto un debate político de gran trascendencia en el que cobra especial relevancia una visión histórica acorde con la sensibilidad actual. Es decir, la explicación de cómo se ha llegado a la nueva situación, desvinculando la historia del nacionalismo de la de España (y vincular ésta a la de Europa), para salir de la vieja dicotomía estado-nación / nación sin estado. Para ello veo necesario hacer una explicación del modelo español, no como amalgama de nacionalismos, sino de modo concéntrico, donde las ideas de pertenencia no sean excluyentes y que el pacto ciudadano muestre las ventajas que posee. Siguiendo a Hobsbawm , “cuando los movimientos separatistas de las pequeñas naciones consideran que su mejor esperanza radica en erigirse en subunidades de una unidad político-económica más grande (en este caso la Comunidad Económica Europèa), en la práctica lo que hacen es abandonar el objetivo clásico de este tipo de movimientos, es decir, la fundación de estados-nación independientes y soberanos”.

El proceso sería entender el pasado, no echar raíces en él. Igual que en 1812 no se produjo una ruptura con el pasado, tampoco ahora sucede así, simplemente han cambiado los parámetros. Es necesaria, pues, una revisión de los conceptos, pues éstos son muy cambiantes. Así, nación y patria deben ser reformulados dentro de su contexto actual, es decir, lugares donde se garantiza la libertad, derechos y deberes de sus miembros más que el solar donde se ha nacido (insisto en que la nueva mixtificación cultural debida a la inmigración ayuda a reforzar esta idea). Esta idea no debe excluir la realidad de las identidades peculiares, pues si están ahí es porque devienen de un proceso concreto y vivo (otra cosa es hacer un juicio acerca de su futuro, ámbito de otras disciplinas), pero no conviene explicar el nacionalismo con más nacionalismo, sino como el fruto de relaciones favorables o injustas. Lo importante es el proceso, no la reafirmación de conceptos. Dice Fernando Sabater que “los nacionalistas viven de contar historias, y por tanto le temen a la historia más que a un nublado”.
La historia es y seguirá siendo la expresión de la ética de los hombres, y por ello es tan susceptible de ser tomada como justificación o vergüenza por parte de los políticos, que hacen de ella su patrimonio (caso palmario el debate sobre el Decreto de Humanidades de 1996). Entra aquí el problema del sentido y uso de la historia, que debería ser la muestra de los procesos que han llevado a situaciones determinadas, cuyo fin es mostrarnos el camino para evitar la injusticia y el sufrimiento.
Debe explicarse qué es hoy el nacionalismo, dentro de este mundo global, de esta nueva Europa y de este participante que es el Estado español. La idea de España debe dar sentido a nuestra realidad, debe mostrar el sentido o no de ser español. Esto implica una visión contraria a la tradicionalmente inmutable que se atribuyen los nacionalismos, que por otra parte, ni son arcaicos ni inservibles. La alteridad no debe constituir un arma, sino un signo más de pertenencia. Como dice Josep Ramoneda , “no se puede ser dos seres a la vez. Lo que si se puede es estar en un sitio y en otro, por poco que uno sea polivalente”.

Por todo lo expuesto, creo que es necesario desvincular la historia de la política y crear un compromiso historiográfico para no hacer “historias nacionalistas”, sino una historia donde cobre más importancia la flexibilidad que el dogma, pues éste es incompatible con la idea de proceso. Por poner un ejemplo, el “Problema de España” del regeneracionismo debe ser enfocado como el efecto de un proceso imperfecto, y no por ello deja de ser nuestro país quien es: una realidad de la que fueron y son partícipes diferentes pueblos. Es conveniente explicar los sentimientos como reacciones frente a acontecimientos, no como su causa. Tampoco conviene olvidar que los nacionalismos son movimientos que han sido aglutinados por élites de uno u otro tipo, en busca de una preservación de su espacio de poder o a la conquista de nuevos espacios (como ha sucedido de forma acusada tras el Estado de las Autonomías), por lo que sería bueno un replanteamiento de éstos como un fruto más de los grupos sociales históricos, no un problema surgido de sensibilidad específica alguna (en todos los casos).

Para finalizar, me aventuro a hacer una apreciación sobre el presente. La historia ha demostrado que la atomización no ha sido beneficiosa para los estados más pequeños o débiles, y de ello tenemos varios ejemplos desde la antigüedad, pues frente a una ruptura o situación fraccionada ha surgido siempre un imperio o estado más fuerte que ha acabado por erigirse en rector de sus destinos. Actualmente, los efectos de la globalización han acabado por transportar la supremacía política de los estados al poder económico de las multinacionales, cuya centro está, mayoritariamente, en Estados Unidos. El poder político norteamericano está cada vez más en manos de la economía neoliberal radical, y será muy difícil construir un espacio europeo que contrapese bien esta situación si éste es un conglomerado de ámbitos dominado por las decisiones de Alemania o Francia.

La situación de España en estos momentos, como de otros países, depende como nunca de ese equilibrio, y por ello la adecuación del Estado y todos los nacionalismos que contiene al nuevo ámbito de decisión es fundamental. No tiene hoy ningún sentido luchar contra el Estado, pues el interés de éste es el interés común. El ámbito de la Unión Europea trae repartos de competencias entre sus diferentes niveles, la integración del derecho europeo en el ordenamiento jurídico español y la participación de las entidades subnacionales en las distintas comisiones de decisión, por no citar la futura Constitución, en cuyo proceso y en beneficio de todos sería muy interesante que España tuviese un papel significativo. La nueva perspectiva europea es, a mi juicio, una buena ocasión para volver a generar un acuerdo, un motivo para reconstruir el pacto y la lealtad constitucional.

Los nacionalismos hispanos están ahora plenamente inmersos en esta realidad, han adoptado parámetros constitucionalistas, como la apelación a la democracia y soberanía popular como fuente de legitimidad, y en su seno han penetrado nuevas formas laborales, tecnológicas e informativas. Por otro lado, el discurso de la tradición se ha convertido en “moderno”, pues sirve de contrapeso ante el panorama balbuceante, transcultural y difusor que plantea la globalización, lo que les proporciona vigencia. La adecuación de los nacionalismos a la dinámica actual dependerá del abandono de vías que entorpecen la construcción (tanto las lamentables acciones terroristas como el recurso al agravio centralista, herencia de una historia que ya ha sido recorrida) y no persistir en el nominalismo del Estado Autonómico, sino beneficiarse de su carácter de proceso abierto, que además presenta hoy una coyuntura muy favorable. Llevará tiempo no obstante, como tiempo llevó la formación de los estados-nación.
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EL NACIONALISMO ESPAÑOL: ESTADO DE LA CUESTIÓN.

I. LA NUEVA HISTORIOGRAFIA Y EL NACIONALISMO:

Antes de abordar el estado de la cuestión actual sobre el nacionalismo español, es conveniente establecer cuáles fueron los agentes que propiciaron el fin del dominio nacionalcatólico para generar una historiografía más profesional.

Tras el largo paréntesis aislacionista y a partir de los años 50, la historia de España comienza a despertar de su letargo en base a la tímida apertura internacional del Estado. Ésta conllevó la introducción de tres vías metodológicas: Primero, el proceso que, iniciado por los historiadores de los Annales desde los años 20, cristalizará en los años 50 en nuevas maneras de entender la historia, más enfocada a integrar aspectos geográficos, económicos y la demográficos. Por otro lado, la visión materialista y dialéctica surgida del marxismo, doctrina política de gran influencia en la oposición, y por último el auge la escuela inglesa, con una visión empirista crítica y comparativa.

Paralelamente, y con hechos como la liberalización en Occidente tras la expansión económica y el proceso descolonizador (años 60), habían surgido nuevos replanteamientos del nacionalismo, historiadores de corte antiperennialista que lo abordan desde puntos de vista no sólo políticos e históricos, sino también sociológicos, dando un enfoque multidisciplinar y global a este tipo de análisis. Desde los años 60 hasta la actualidad, tuvieron una paulatina influencia en el consiguiente desarrollo historiográfico nacional. Entre los más importantes cabe citar a:

Elie Kedourie, que explica la necesidad de identificación de las personas con un sistema referencial de valores, que, acosado por los cambios producidos por el capitalismo, provoca una crisis de identidad que es manejada por las élites intelectuales. Kedourie es el primero que lanza la idea del nacionalismo como inculcación del Estado (no es natural, sino una respuesta funcional), que por tanto, “inventa” las naciones .

Ernest Gellner, que incide en el estudio nacionalista mediante el análisis de la dicotomía tradición/modernidad y comunidad/sociedad. Según Gellner, que definió el nacionalismo como un “principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política” , la principal función de éste consiste en guiar a las sociedades en los vertiginosos procesos de cambio hacia la modernidad.

Eric Hobsbawm, historiador de raíz marxista y quizá el más influyente, que incide en el aspecto de “invención de la tradición” o “artefacto cultural” de las naciones y que postula la inevitable desaparición del nacionalismo por el hecho de que han dejado de ser lo que fueron a lo largo de los últimos años en virtud de los cambios operados .

Esto supuso en nuestro país una nueva reformulación que tuvo sus primeros efectos en Cataluña en los años 60-70, zona de latente resistencia al franquismo, más abierta que el resto de España a las corrientes europeas y lugar de acercamiento entre la izquierda y el nacionalismo. Así, comienzan a formularse nuevas historias, de corte más empírico, contemplando en su explicación argumentos económicos, obreros, burgueses y políticos. El iniciador fue Jaume Vicens Vives, economicista y con tradición de los Annales, pero rápidamente le siguieron los marxistas franceses, como Pierre Vilar, o los españoles de los “coloquios de Pau”, con Tuñón de Lara a la cabeza y Jover y Maravall en el interior, donde surgen nuevos autores en esta línea, como Corcuera, Molás Elorza, Solé Tura, etc... El discurso más regionalista u obrero se estaba afianzando como respuesta a la dictadura, o lo que es lo mismo, contra la idea de España que imponía el franquismo. Para abrir el campo hacia una comprensión más analítica por comparación, destaca la escuela de hispanistas que se reunió en torno a Oxford y a la figura de Raymond Carr, como Varela Ortega o Juan Pablo Fusi.

Este era el panorama que llegó a la Transición, que hace aumentar una literatura de autoafirmación (uso del historicismo contra el régimen), eclipsándose el españolismo. Para hablar de la historia hay un gran peso de la influencia marxista, es decir, que se abandona el esencialismo para hacer “análisis concretos de realidades concretas” . El marxismo entiende los nacionalismos como dinámicos (no emanaciones), pero al modo de Stalin, también como esencialista (“nación orgánica”), al hilo de la tradicional dicotomía nacional-dialéctica del materialismo. En este periodo ya estaba cobrando auge la tendencia angloamericana empírica, más comparativa y sociológica, con aspectos generalizadores aun mal recogidos, inhibiéndose importantes conceptos como el de nation-building. Los aspectos sugeridos por estas tendencias apuntan a centrar la investigación en la relación de los nacionalismos con sus sociedades (fuentes tradicionales, grupos sociales e ideologías).

Muchos historiadores trabajan teniendo en cuenta estas influencias (Borja de Riquer, Isidre Molas, Javier Corcuera, Antonio Elorza, Juan Pablo Fusi, etc...), pero se echan en falta obras con una visión de conjunto del problema. La historiografía moderna de los nacionalismos periféricos se había adelantado a la española, tanto en producción como en calidad, pues los problemas que había creado la “mala conciencia” de la dictadura y el tránsito de España de “nación” a “Estado” ha pasado factura a la historia del nacionalismo español, tantas veces asimilado bajo la historia de España y que ha sido por ello expuesta de forma muy desigual, no siendo comparable con a las historiografías vascas, catalanas o gallegas .

No obstante, autores como Juan Linz (“Early State-Building and the late peripherical nationalisms against the state. The case of Spain”, 1973) abrieron el estudio comparativo estado-nacionalismo, afirmando por primera vez el fracaso decimonónico en la construcción del nacionalismo español (que no en la construcción del Estado) y abordando el problema de su relación con los nacionalismos periféricos teniendo en cuenta ambas posturas.

En definitiva, hasta este momento se hizo una historiografía más cualitativa que cuantitativa, con cierto descuido aun en la investigación social del hecho para centrarse en aspectos políticos, lo que tampoco ayudó al diálogo con historiografías extranjeras homónimas, pero se había abandonado la vía historicista como justificación nacional y había penetrado una nueva forma de abordar el problema desde otros puntos de vista.

II. EL NACIONALISMO ESPAÑOL DESDE LA TRANSICIÓN

Desde la reconstrucción democrática de España, el nacionalismo español ha ido dibujando un panorama distinto, pues en su producción general ha abandonado en gran modo la justificación histórica para servirse más de la política, en virtud de la importancia del paso dado hacia una construcción nacional por pacto constitucional. Las demandas nacionalistas, tanto soberanistas como de reformulación del Estado, han influido igualmente en este proceso, en el que el Derecho adquiere un papel cada vez más relevante. El nacionalismo español, tras un primer periodo de “vergüenza histórica” recuperará su dignidad a medida que la izquierda va abandonando el discurso rupturista y jacobino, la derecha moderada su historicismo y la derecha más radical era derrotada electoralmente, intentando abordar la cuestión nacional en su conjunto. Los argumentos se inician con definiciones y explicaciones históricas, hasta centrarse desde mediados de los 80 en un nuevo discurso marcado por la naturaleza, definición y futuro del Estado como ámbito común y pacto constitucional. Esto implica que el discurso actual esté penetrado por diferentes disciplinas, siendo sus principales teóricos tanto políticos, politólogos, sociólogos y letrados, como historiadores.

II.1 - Aproximaciones teóricas.- Como no podía ser de otro modo, la amplia actividad de los teóricos nacionalistas desde los años 60, unido al cambio político de España, ha producido serie de opiniones que han tratado de abordar el nacionalismo desde diferentes puntos de vista. Quizá uno de los mejores estudios por su visión global sea el de Montserrat Guibernau (Los Nacionalismos, 1996), que analiza el fenómeno en cuanto a sus elementos políticos, sociales y psicológicos, defendiendo su realidad frente a fenómenos como la globalización, además de establecer un interesante estudio de las grandes vías de pensamiento de esta cuestión. Para esta autora, el nacionalismo ha constituido el triunfo final de los estados-nación, pero por la propia reformulación en cuanto a la identidad de éstos y por su devenir éticamente universalista, ha legitimado a los nacionalismos sin estado como forma “moderna” de responder a cambios que silencian otro tipo de opciones .

Uno de los “padres de la Constitución”, Miguel Herrero de Miñón, define la nación como: “un movimiento de integración política, protagonizado por una minoría, desarraigada de la cultura tradicional y que ha asumido valores modernos, que toma conciencia de pertenecer a una comunidad diferente y que propaga esa conciencia en el seno de dicha comunidad” . Vemos claros ecos de Gellner y su teoría de la respuesta nacional ante el cambio, de adecuación del conjunto a nuevos valores. Este sentido de modernidad que da Herrero de Miñón al nacionalismo abarca tres planos: “racionaliza el poder y la política en general al reconducirlos a la nación como última instancia [...] instancia inmanente histórica y empírica. Democratiza el poder al legitimarlo sobre una base estrictamente racional. Reclama la igualdad de todos sus miembros y la solidaridad entre todos ellos” .

Jordi Solé Tura (Nacionalidades y nacionalismos en España. Autonomía, federalismo, autodeterminación, 1985), plantea la diferencia entre nación y nacionalidad en cuanto a que la primera tiene como ámbito el Estado, y la segunda, otro tipo de poder, por lo que considera esta diferencia como simplemente funcional, pues ambos conceptos plantean los mismos problemas .

Juan Pablo Fusi (“La patria lejana”, 2003) hace un amplio balance de la historia del nacionalismo en general (sólo en cuanto a sucesos, no desarrolla definiciones). El recorrido reviste la cuestión bajo todas las formas políticas que le han caracterizado, concluyendo en su carácter dicotómico entre los conceptos de libertad y unidad nacional, así como en su fuerza política, capaz de integrar diferentes hechos sociales, y cuyo fin último e irrenunciable es la construcción nacional.

En cuanto al nacionalismo español, J. Varela (“La novela de España. Los intelectuales y el problema español”, 1999), describe y analiza las diferentes ideas sobre España de los intelectuales más relevantes de fines del siglo XIX y primer tercio del XX. Andrés de Blas (Sobre el nacionalismo español, 1989), afirma que “España constituye un claro y acabado ejemplo de nación de signo político o territorial, con independencia de la existencia dentro de ella de otras posibles realidades nacionales de signo cultural” , sosteniendo que el Estado, previo a la nación, necesita de ésta por “los complejos componentes requeridos para la vida estable de toda organización política” . Su visión queda expresada en otra obra de forma más contundente: “el caso español constituye un claro ejemplo de nación de signo político, resultado de la acción de un pionero estado moderno y de la dinámica económica, social, cultural y política de casi cinco siglos de historia” . La génesis del nacionalismo español se halla, pues, imbricada entre una iniciativa política y su propio devenir histórico, y la nación es concebida como soporte indispensable del Estado. Una opinión similar se recoge en Carlos Seco Serrano: “la nación es el ente matriz y el Estado las estructura política en que aquella se da” .

José Ramón Recalde (“La construcción de las naciones”, 1982) tiene una visión sociopolítica del término nación, pues ese es el elemento generador del sentimiento nacional en ciertas colectividades. En su artículo ”Convivencia ciudadana y sentimientos de identidad” , que arranca del nominalismo, pues afirma que la diferencia entre el nacionalismo español y los periféricos radica en su forma de autodefinirse, lo que trae consecuencias y problemas precisos, pues básicamente, la única diferencia entre ambos es el papel catalizador del Estado , hasta tal punto, que el conflicto de identidad “ocurre porque en el campo nacionalista se ha puesto en cuestión el acuerdo constitucional” . Su definición del nacionalismo hace hincapié en las élites como elemento decisivo en su configuración: “fenómeno de masas en el que quien proclama la consigna logra que esta consigna se transmita por agentes intermedios –maestros, clérigos, cuadros políticos, periodistas, grupos sindicales, etc...- que se incorporan a su proyecto y que consiguen [...] la movilización de las masas” .

II.2 - Historiografías del nacionalismo español.- Desde la Transición han ido surgiendo obras que han abordado el devenir histórico del nacionalismo español con características ciertamente dispares. Hay estudios parciales, de un periodo concreto, de unos personajes e ideologías o asociados a otros factores, quedando por hacer un recorrido completo y empírico del problema hasta nuestros días. A pesar de esta carencia, la literatura ha sido muy abundante, oscilando a veces entre la historia y el ensayo.

El protonacionalismo ilustrado ha tenido destacados estudios J. Álvarez Junco (“The nation-building process in Nineteen-Century Spain”, 1996) y Antonio Morales Moya (“El Estado de la Ilustración”, 1998), tras la idea de protonacionalismo propuesta por Hobsbawm, citando la afirmación estatal de este periodo como antecedente fundamental del patriotismo decimonónico.

En cuanto al siglo XIX, el estudio es más disperso, pues es más abundante la temática sobre partidos, periodos políticos, ideologías y personalidades, que la que presenta un recorrido por el nacionalismo español en sí. En el primer aspecto y por su carácter panorámico, destacan las obras de José Luis Abellán (“Historia crítica del pensamiento español”, 1979) y J. Antón y M. Carminal (“Pensamiento político en la España Contemporánea, 1992). En el segundo, la obra de J. M. Jover (“Centralismo y nacionalismo. Sobre la idea de España en la época de los nacionalismos europeos”, 1981; “Caracteres del nacionalismo español. 1854-1874”, 1984) fue pionera de una nueva metodología desideologizada que permitió contemplar a España como un cuadro de heterogeneidad interna propio de cualquier nacionalismo de Estado .

De reciente aparición, el libro de Álvarez Junco (“Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX”, 2001), supone una exhaustiva y abierta obra que analiza de forma conjunta todos los factores que han configurado el nacionalismo español en ese siglo. Merece la pena ya desde la introducción, en la que se lamenta del panorama tan sumamente pobre en este estudio . El recorrido histórico es amplio en cuanto a sus elementos de juicio y no exento de contradicciones, como el propio autor admite como característica intrínseca al nacionalismo español.

En la línea de investigación iniciada por Jover, otros autores han estudiado periodos concretos del nacionalismo, como A. Elorza (“Carácter nacional e ideologías, 1914-1936”, 1973) y J. A. Rocamora (“El nacionalismo ibérico, 1792-1936”, 1994), o de forma más global, Andrés de Blas (“Sobre el nacionalismo español”, 1989; “La cuestión nacional y autonómica, 1995; “Tradición republicana y nacionalismo español”, 1991) e Inman Fox (“La invención de España. Nacionalismo liberal e identidad nacional”; 1997). En cuanto a la configuración del nacionalismo español y su incidencia en la independencia americana es de destacar el trabajo de Isidro Sepúlveda Muñoz (“Nacionalismo español y proyección americana: el Pan -Hispanismo”, 1994).

Andrés de Blas (“Sobre el nacionalismo español”, 1989), estudia los factores que han configurado el nacionalismo español, para él de existencia indudable como resultado de un pionero estado moderno tras cinco siglos de dinámica histórica, independientemente a las diferentes realidades culturales que en él se encierran, y cuya fortaleza produjo el nacimiento tardío de los nacionalismos subestatales , que en un principio no cuestionan la realidad española, presentando reclamaciones de tipo endógeno (arancelarias o forales). El autor explica las causas del descrédito del españolismo en la Transición (neorromanticismo nacionalista, parejo a los movimientos reivindicativos y beneficioso para la oposición) y sus consecuencias, concluyendo que el Estado (tras el enconamiento del problema), debe mantener hoy una exquisita neutralidad con los nacionalismos, siendo poroso a las cuotas de poder que a éstos le corresponden y abandonando lo que “con plena razón y coherencia nació bajo signo castellano” .

El nacionalismo español está aun a la espera de un estudio completo, siendo a su vez muy grande la producción que aborda este tema de forma tangencial o traída a colación de un acontecimiento determinado o una ideología. El problema nacional ha originado desde la Transición varios congresos y debates abiertos, como los encuentros de varios especialistas en Santiago de Compostela (1984), tratando de establecer un nuevo punto de arranque en el concepto nacionalista, que culminó en la publicación de la obra conjunta “España, reflexiones sobre el ser de España”, 1997, en la que filólogos, politólogos e historiadores tratan de reposicionar el nacionalismo español y su definición actual desde un nuevo punto de partida. Otra obra posterior nacida de reuniones interdisciplinares (“España como nación”, 2000), explica la realidad española desde un punto de vista tanto histórico como linguístico (a través del castellano como expresión del españolismo). Más actualizada y plural es la edición de los contenidos de las I Jornadas Jaume Vicens Vives de la Universidad de Girona (“España. ¿nación de naciones?”, 2002), en la que se exponen diferentes exposiciones de la realidad nacionalista en todo el ámbito estatal. Destacan en este punto nuevas aportaciones que explican la incidencia del estado español en la génesis de otros nacionalismos (Borja de Riquer ), el carácter de respuesta federal o foral frente a la acaparamiento de las nuevas fórmulas de poder por las élites (Sinisio Pérez Garzón ), o la dicotomía del nacionalismo entre proyecto político / espíritu del pueblo (José Ramón Recalde ), además de acoger diferentes perspectivas de los nacionalismos subestatales y su relación con el español.

Esta dinámica de exposición de posturas tuvo su continuidad en la profusión de diferentes ensayos y controversias entre historiadores, como la de Juan Pablo Fusi y Borja de Riquer en la revista Historia Social (nº 7, 1990), que arranca de la afirmación de Fusi que contempla al nacionalismo como un hecho de relativa importancia (como mucho, en el ámbito regional) dentro de la problemática histórica española , lo que produjo la reacción de Borja de Riquer, que achaca precisamente a la debilidad del nacionalismo español el nacimiento de los periféricos y la problemática que surgió de ello.

Ambos autores presentan obras de importancia: Juan Pablo Fusi (“España, la evolución de la identidad nacional”, 2000) hace un análisis de la evolución del nacionalismo español hasta el estado democrático repasando las diferentes visiones de España de pensadores concretos para concluir que la identidad nacional es un proceso abierto, complejo, lento y sujeto a cambios sustanciales y rupturas decisivas. Es interesante su estudio comparativo con la dificultad de formación nacional en otras potencias europeas, que indican la falsedad de la afirmación de “diferencia” del caso español con respecto a Europa.

Borja de Riquer (“El nacionalismo español”, 1996) incide en el fracaso nacionalizador del gobierno español decimonónico y la desigualdad económica de sus regiones, cuya respuesta desde el poder fue centralista y desvinculada de la realidad social, teniendo una voluntad más uniformadora que aglutinadora . Tras un repaso histórico hasta el Estado de las Autonomías, concluye que la actual situación es reflejo de unos proyectos fracasados. Esa es asimismo la apreciación de otros autores, como Jordi Solé Tura (“Nacionalidades y nacionalismos en España. Autonomía, federalismo, autodeterminación”, 1985), apuntando además que el atraso, la disociación y el centralismo, que supusieron el fracaso nacionalista español, no se vio adecuadamente respondida por el federalismo, sino por respuestas regionales, ambos hechos reflejo de la desigualdad e inconexión de la nación española .

Los análisis de las historiografías del nacionalismo han producido interesantes obras, como el artículo de Justo Beramendi (“La historiografía de los nacionalismos en España”, 1992), que establece los periodos históricos teóricos y enuncia una serie de pautas para abordar este análisis en el futuro , que parten de un estudio doble (intrínseco y relacional), de la necesidad prioritaria de abordar el nacionalismo español (pues es anterior y origen del desarrollo de los demás) y de abandonar la mutua deslegitimación por arcaizante (pues esta idea deslegitima a cualquiera de ellos). Para el autor, la nación existe si la gente cree que existe, y ésta no ha de ser definida, sino que debe explicar .

En cuanto a los recorridos históricos más globales, destacan las obras de José Luis de la Granja, Justo Beramendi y Pere Anguera (“La España de los nacionalismos y las autonomías”, 2001) y de José-Vidal Pelaz López (“El Estado de las Autonomías. Regionalismos y nacionalismos en la historia contemporánea de España”, 2001).

II.3 - La Transición y el Estado Autonómico.- La Transición democrática ha generado una gran difusión de obras que incluyen la cuestión nacional como una de las características definitorias de este histórico cambio. Todas ellas abordan la configuración autonómica y su significado, destacando la dirigida por Javier Tusell y Álvaro Soto (“Historia de la Transición”, 1996), que incluye un análisis específico del nacionalismo por Isidro Sepúlveda en clave de explicación (realidades objetivas) y no de demostración (la nación como categoría de análisis) . Tras establecer las diferencias entre regionalismo y nacionalismo, aborda el hecho nacional en la dinámica histórica y su papel en la Transición, conformadora de nuevas identidades y cotas de poder, concluyendo que el Estado Autonómico no ha supuesto una pérdida de identidad de España, pues a ella están vinculados sus componentes, cuyos procesos y el español son complementarios .

La idea de nacionalismo está íntimamente ligada a la teoría de Estado, máxime en el caso Español, cuya construcción y existencia democrática han sido la base de una nueva forma de entender el concepto nacional y su realidad política plural. Por ello, el debate sobre conceptos como federalismo, autonomía, autodeterminación o asimetría, ha generado una gran cantidad de obras, la mayoría de ellas basadas en el Derecho y en la teoría política constitucional, intentando encontrar la fórmula que sirviera tanto para legitimar esta peculiar forma estatal, como para satisfacer con su contenido las situación de los nacionalismos periféricos. La producción es generosa, destacando las obras de Herrero de Miñón (“Derechos históricos y Constitución”, 1998); “Idea de los derechos históricos”, 1991), Gregorio Peces Barba (“La idea de España en el Estado de las Autonomías”, 1994) y Manuel Clavero Arévalo (“España, desde el centralismo a las Autonomías”, 1983), todas ellas enfocando el problema básicamente desde el Derecho. Tiene especial significado la obra de Jordi Solé Tura (“Nacionalidades y nacionalismos en España. Autonomía, federalismo, autodeterminación”, 1985), que aborda el Estado desde los diferentes problemas que ella misma genera. Tras definir la nación y su proceso histórico, plantea la necesidad de aceptar el modelo autonómico por la falta de sentido de luchar contra el Estado (que ya no es enemigo, sino el agente del consenso), incidiendo en que si los nacionalismos no aceptan plenamente la Constitución es porque dejarían de ser lo que son . Su propuesta desde la izquierda pasa por una solución lo más federal posible, pues este tipo de Estado tiene claras ventajas, como ser una buena técnica de distribución del poder político (eficacia y cooperación real) y sería el fin del “enemigo” que necesita cualquier nacionalismo .

J. J. Solozábal (“Nación, nacionalidades y autonomías en la Constitución de 1978. Algunos problemas de la organización del Estado”, 1980) abre su análisis desde el concepto de soberanía de las cortes gaditanas, que necesita del centralismo para sustituir al monarca, pero que su carácter de residencia en el pueblo produce que cualquier comunidad que se estime diferente cree tener derecho evidente a crear su propio estado . Para solucionar este problema, acude a un exhaustivo análisis de la Constitución en sus artículos I y II, comenzando por afirmar que la soberanía reside en el pueblo español, sujeto único de esta titularidad, y que es un pacto anterior incluso a la propia Constitución, cuya expresión política de la nación no se define en base a lengua, etnia ni derecho privativo, siendo dicho reflejo político agente y no reflejo de la creación de la nación como ámbito de convivencia, cultura y economía . Tras analizar el término nacionalidad desde el punto de vista constitutivo, concluye afirmando la ventaja del estado Autonómico por asegurar el derecho de su pueblo y la participación de las expresiones concretas de su pluralidad .

Una de las obras más completas al respecto es la de Eliseo Aja (“El Estado Autonómico. Federalismo y hechos diferenciales”, 1999), pues plantea de forma clara el origen de las confusiones terminológicas entre nuestro Estado y otras formas muy similares (cofederalismo y federalismo), definiendo todas ellas. Tras estas definiciones, plantea la necesidad de trascender el nominalismo y atender a la funcionalidad de un Estado que tiene sus particularidades , igual que los estados federales o confederales tienen formas diferentes entre ellos mismos. La idea central del libro es “la paradoja de la distancia entre la realidad constitucional y el debate político-ideológico” , obstáculo que a su juicio no ayuda a plantear alternativas válidas sobre la definitiva afirmación de este modelo de Estado, que como consecuencia, no puede adoptar una definición teórica, pero es susceptible de alcanzar su madurez por medio de la correcta articulación de los mecanismos de diálogo e integración.

Antonio Morales Moya (“El problema español desde la Transición”, 2000) afirma que el Estado Autonómico se fundamenta en tres dispositivos: unitario, autonómico y dispositivo. La soberanía es la garante de la estabilidad y bienestar de sus ciudadanos, y es patrimonio de éste, no de las Autonomías, que por otra parte les asiste el derecho de autogobierno (no por su historia) . Afirma igualmente que las deficiencias del modelo autonómico estriban en el enfrentamiento de los modelos étnico y democrático de nación, y que la crisis de la identidad española desde la Transición estriba en su abandono del concepto de nación y la paulatina cesión de competencias, incidiendo en la paradoja de una crisis nacional en el momento en que el españolismo ha abandonado todo fundamentalismo . Finaliza afirmando que debe ser el Estado el que estabilice el problema, pues los nacionalismos subestatales no son capaces de contribuir a la construcción del Estado de las Autonomías, ya que no son fiscalmente responsables de la misma .

Sobre la cuestión autonómica y constitucional es interesante volver a citar la obra de José Vidal Pelaz López (“El Estado de las Autonomías. Regionalismos y nacionalismos en la historia contemporánea de España”, 2001), pues hace un exhaustivo análisis de la Constitución y los problemas de su configuración que surgieron con el debate nacionalista-regionalista.

Un capítulo especial y delicado dentro del análisis del Estado es el tema de la Autodeterminación. El último fin de cualquier nacionalismo es la consecución de su ámbito de soberanía, lo cual lleva en su versión más radical a la búsqueda de la autodeterminación, que en nuestro país plantea de forma radical y con la ayuda de la violencia el nacionalismo vasco. Esto supone un problema de dos vías: constitucional y democrática, y una serie de apreciaciones interesantes en estas dos direcciones por algunos autores.

Volviendo a Solé Tura, en la obra citada, alude a la desventaja de esta vía para cualquier demandante del nacionalismo subestatal, pues la contempla económicamente inviable frente al nuevo marco europeo, lo que haría de esta nueva nación presa fácil de las multinacionales norteamericanas por su propia debilidad en este sentido. Por su parte, Antonio Morales Moya ve igualmente su inviabilidad si no es a través de los mecanismos que provea la Constitución, afirmando con Hobsbawm que los grandes estados plurinacionales protegen mejor la libertad personal y cultural que los pequeños. El problema consiste en construir Europa sobre sociedades fundadas en orígenes o sobre la voluntad de vivir juntos . J. J. Solozábal excluye la autodeterminación de la legalidad, pues “la soberanía nacional pertenece al pueblo [...] ninguna sección del pueblo ni ningún individuo puede atribuirse el ejercicio” . Eliseo Aja es tajante en cuanto a la autodeterminación: ni la recoge nuestra constitución ni el derecho constitucional, y en todo caso, sería una decisión bilateral, pues “los derechos constitucionales no pueden disociarse de los deberes constitucionales” .

Por último, hay que destacar el desarrollo de otros trabajos de corte más empírico (encuestas, estadísticas y estudios comparativos) y que han relacionado las realidades regionales y nacionales, su incidencia electoral y su relación con los hechos diferenciales, pudiendo destacarse entre ellos los de M. García Ferrando, E. López-Aranguren y M. Beltrán (“La conciencia nacional y regional en la España de las Autonomías”, 1994), J. L. Sangrador (“Identidades, actitudes y estereotipos en la España de las Autonomías”, 1996) y J. F. López Aguilar (“Estado Autonómico y hechos diferenciales”, 1998).

II.4 - El Estado Autonómico: perspectivas de futuro.- El problema planteado por la nueva perspectiva europea, la globalización y la radicalización subestatal, han planteado serios debates en torno a la definitiva afirmación de un modelo que sigue en transición o desarrollo. El panorama se ha abierto ostensiblemente trascendiendo las fronteras tradicionales y poniendo en tela de juicio la propia indiscutibilidad del estado-nación, lo que ha propiciado análisis y debates muy interesantes. El concepto de nacionalismo español, plenamente inmerso en el de patriotismo constitucional, tiene como objetivo fundamental el cierre del Estado Autonómico, por lo que las últimas opiniones tratan de identificar a España como un conjunto ciudadano plural, en contraposición a los nacionalismos subestatatales, que oscilan entre la pertenencia a este ámbito y la autodeterminación radical, en busca de las nuevas cotas de soberanía que perciben posible a través de los fenómenos transnacionales que se están produciendo.

Entre estos debates, cabe destacar los recogidos en la obra “España, ¿cabemos todos?”, 2002, que es un acertado muestrario de las diferentes posiciones ideológicas de partidos e intelectuales. En ella, ya desde la introducción se alude al problema de cómo “somos” y como insertar a España en el ámbito europeo, lo cual sólo puede pasar por una decisión madurada desde foros adecuados, teniendo en cuenta que el espacio político constitucional garantiza la cabida de todos sus miembros .

La opiniones propugnan la toma de una definitiva vía confederal (BNG), autodeterminación (caso del País Vasco, cuyo ponente, Iñaki Anasagasti, esgrime argumentos históricos y étnicos), federal (Izquierda Unida y los socialistas (o constitucionalista, es decir, el cierre del Estado Autonómico (PP). Los matices son muy amplios en todo caso, sobre todo en el ámbito catalanista y socialista. Así, para Enrique Barón, la ocasión es propicia para plantearse no el cierre del Estado Autonómico (aunque si la reforma del Senado), sino trabajar juntos sobre el marco federalista que ofrece Europa, cuyas ventajas son, a su juicio, evidentes . Para Juan Fernando López Aguilar, la solución pasa por perfeccionar el modelo autonómico, tomando la vía funcional y abandonando la semántica, bajo la premisa de que España es el ámbito común de convivencia . Joseph Ramoneda Molins apuesta igualmente por reformar el modelo, reconociendo la existencia de diferentes naciones en un seno estatal que las acoja . En toda la obra se recoge la problemática del perfeccionamiento o cierre del Estado Autonómico en base a tres vías urgentes: la reforma del Senado como foro de expresión territorial, la participación regional en los órganos de poder central y la misma en las comisiones y futuros organismos europeos.

Varias obras recogen la necesidad del cierre del Estado de las Autonomías como primera solución para el problema de España, como las ya citadas de José-Vidal Pelaz López José-Vidal Peláz López (“El Estado de las Autonomías. Regionalismos y nacionalismos en la historia contemporánea de España”, 2001) y Edurne Uriarte (“España, Patriotismo y Nación”, 2003), una de las más firmes defensoras de la idea de España basada en el patriotismo constitucional y el pacto democrático , diferenciándolo del sentido de convivencia excluyente de los nacionalismos periféricos. Para Uriarte, el término nación en España, como ámbito de convivencia política, es sinónimo del Estado, y por ser la Constitución el garante de los derechos y deberes de todos sus ciudadanos, es urgente el cierre de su modelo.

Un interesante estudio es el realizado por Justo Beramendi (“Los nacionalismos hispánicos y Europa”, 2001), en el que plantea la doble visión europea que se percibe desde los nacionalismos españoles (la de los estados democráticos y la de las progresiva asunción de naciones europeas a estados) , y afirma que la complacencia española ante las transferencias de soberanía a Europa se debe a una defensa frente a la amenaza disgregadora interior , pues no es su objetivo que los nacionalismos periféricos tengan su voz en la Unión. Esta es la “última trinchera del nacionalismo español, cuyo europeismo se basa en “apuntarse al carro” y no en la confianza que le proporcionan las instituciones supranacionales .

En cuanto a la globalización, es evidente que ha condicionado en varios sentidos el concepto de nacionalismo. Por un lado, en cuanto a la disolución de fronteras y aumento de la información (abundante e inmediata); por otro, en cuanto a la amenaza de disolución de formas peculiares de convivencia. Esta situación ha contribuido a incrementar el enfrentamiento entre las dos concepciones de nación: democrática y étnica, radicalizando o afianzando ambas. El análisis del conflicto de alteridad se muestra de forma espléndida en la obra citada de Montserrat Guibernau, que aduce además el carácter moderno del nacionalismo como respuesta a una incompleta integración. También Anthony D. Smith (“Nacionalismo y modernidad”, 2000), afirma que la sustitución de estados-nación y nacionalismos esencialistas por nuevas fórmulas transnacionales han supuesto la radicalización de aquellos. Un buen análisis de la globalización neoliberal y sus efectos sobre el ámbito regional se recoge en la obra de Concepción Ortega y Mª José Guerra: “Globalización y neoliberalismo: ¿un futuro inevitable?” (2002).

II.5 - El Nacionalismo español y la docencia.- Una de las pruebas más fehacientes de la importancia de la cuestión nacional ha sido (y es) el problema de la docencia de la historia, asunto delicado no sólo por su papel como formadora de identidad nacional, sino como arma política, por lo que merece un capítulo aparte.

Desde la configuración autonómica, el reparto y definición de contenidos ha sido otra de las vías reivindicativas de los nacionalismos subestatales y fuente de conflicto con el Estado, que ha tenido fuertes repercusiones no sólo políticas, sino de trascendencia social. Como máxima expresión de este hecho, hay que aludir a la obra coordinada por José Mª Ortiz de Orruño (“Historia y sistema educativo”, 1998), resumen de los encuentros celebrados por historiadores tras el “plan de mejora de las humanidades” de la ministra Esperanza Aguirre (1996) y el “Proyecto de decreto de mínimos” elaborado por la fundación Ortega y Gasset para la ESO (1977), que arrastraron un fuerte debate que trascendió de su ámbito hasta llegar a convertirse en una diatriba televisiva ajena al propio epicentro del debate. La obra citada recoge las diferentes posturas de profesionales al respecto:

Javier Tusell incide precisamente en la necesidad de sacar este debate del ámbito pertinente, incidiendo en la necesidad de elaboración de un “libro blanco de la enseñanza”, haciéndose eco de las palabras de Altamira en cuanto a hacer una historia de España teniendo en cuenta la diversidad histórica del pueblo español. Celso Almunia mantiene una postura más centralista al respecto, afirmando la necesidad de incidir en “lo común”, pues es lo que reconstruye la memoria colectiva de forma rigurosa y conforma una conciencia cívica y democrática . Para Justo Beramendi, la dicotomía es reflejo del carácter ambivalente del Estado de las Autonomías, que fomenta las identidades nacionales alternativas mediante la creación de un marco institucional favorable, constituyendo la cuestión docente una expresión de la vieja función de la historia como alimento de la conciencia propia y ariete contra la ajena, por lo que se hace imprescindible un acuerdo historiográfico entre profesionales . Para Carlos Forcadell, la buena historia es sencillamente incompatible con el nacionalismo, y se lamenta del papel difusor parcial y particularista de los nuevos medios audiovisuales . Joan Cullá y Borja de Riquer piden respeto a la multiculturalidad tanto como al Estado, abogando por una cultura plural no jerarquizada que abandone definitivamente los esencialismos . Antonio Morales presenta como adecuado el término de “España: nación de naciones”. El propio Ortiz de Orruño cierra afirmando que “lo importante no es tanto saber lo que fuimos sino lo que queremos ser”, indicando que la historia puede ser utilizada como “munición patriótica” o como flexibilizadora de posturas frente a una realidad plural y compleja.

Hay un buen número de obras dedicadas a la historia de la educación en España, como la de Manuel de Pueyes (“Educación e ideología en la España contemporánea. 1767-1975”, 1991), J. M. Fernández Soria (“Educación, socialización y legitimación política (España-1931-1970) o Rafael Vals (“La interpretación de la Historia de España y sus orígenes en el bachillerato franquista”, 1983), pero no demasiadas en cuanto al aspecto concreto del nacionalismo español y su transmisión docente a través de la historia. No obstante, las que se han hecho incluyen propuestas muy interesantes al respecto. Un buen ejemplo es la obra coordinada por Juan Sinisio Pérez Garzón (“La gestión de la memoria. La historia al servicio del poder”, 2000), que contiene cuatro estudios y una propuesta.

El primer estudio, de Eduardo Manzano Moreno , muestra como la historiografía tradicional es de carácter teleológico, y por su carácter de herencia, compromiso y proyecto, la selección de hechos cobra una importancia capital (ser y acontecer son dos caras de la misma moneda). Por ello, las historias nacionalistas son tan idénticas en su discurso: presentar el pasado de forma utilitarista (movilizadora) y no trata de comprenderlo (no es, por tanto, transformadora). Juan Sinisio Pérez Garzón incide en el aspecto de gestionar la memoria desde el cambio moderno hacia el estado-nación, siendo la historia desde entonces un arma política, asignatura y molde de ciudadanía (se nacionaliza el pasado, pues no se trató de hacer una ruptura), por lo que cobra valor una historia basada en símbolos, héroes y exaltación de lo castellano, y por ello el nacionalismo, como “ideología ciudadana”, se adosó a la historia de forma ineludible, en expresión de una continuidad del “proceso español”. El tercer capítulo, de Ramón López Facal , hace un recorrido histórico docente sobre la forma de transmisión de tópicos nacionalistas, que desde los años 60 desaparecen, pero persisten formas inaceptables (ocultación), que combaten nacionalismo con más nacionalismo. Su solución pasa por hacer una historia analítica, que se centre en el origen y la evolución y no en la idea de nación como unitarismo ideológico. Aurora Rivière Gómez analiza el papel de la historia como necesidad de relatar para generar identidad, recreando una estructura narrativa cuyo problema final radica en el sentido y uso que se le da. La conclusión del coordinador de la obra es tratar de hacer una historia no psicologista, sin fronteras discriminatorias, sin justificaciones ni sentimientos de culpa, en definitiva, una explicación de los conceptos en clave de cambio y proceso y, sobre todo, enfocado desde un punto de vista universalista.

Otra obra a tener en cuenta es la magnífica exposición histórica de la transmisión docente del nacionalismo en la obra de Carolyn P. Boyd (“Historia Patria. Política, historia e identidad nacional en España, 1875-1975”, 2000). Tras su gran análisis, concluye que hay una cesura en los años 50, en la que el Estado es ya incapaz de construir un nuevo pasado más acorde con los tiempos, por lo que abandona paulatinamente la historia para centrarse en un presente continuo de creciente prosperidad. Esta “abdicación” dejó la vía expedita a los historiadores para reconstruir el pasado desde nuevos puntos de vista, abandonando trabas como la “diferencia española” . Afirma asimismo que el Estado no ha sabido reocupar como ideología civil el territorio de nuestra historia, obviando la creación de una historia nacional que no sea otra cosa que la suma de todas las nacionalidades, y esto es parte fundamental del éxito del Estado Autonómico .

II.6 - Problemas actuales en torno a la historiografía del nacionalismo español.- Tras este repaso a la producción del nacionalismo español, y aunque se han citado trabajos con diversa amplitud y penetración en todos los puntos expuestos, se pueden apreciar algunas lagunas. Una de ellas son obras que recojan de principio a fin el “difuso e intermitente” (en palabras de Justo Beramendi) nacionalismo español, pues la desventaja en cuanto a la amplia producción de los subestatales va en detrimento de toda la historiografía del nacionalismo, ya que es anterior a éstos y, en cierta manera, su “origen”, lo que redundaría en la mejor comprensión de este problema.

Se echa igualmente en falta un estudio de las diferentes tendencias ideológicas del nacionalismo español, que se halla parcelada en amplísimos estudios de determinados momentos, idearios políticos o personalidades, y sería conveniente que fuese abordado desde el análisis intrínseco y evolución del mismo (actores y procesos principales) y su confrontación ideológica con los diferentes nacionalismos hispanos.

También existe una laguna en cuanto a la interacción entre historia, política y nacionalismo, que en el caso del español adquiere tanta relevancia que los términos llegan a confundirse, debiendo acometerse una labor más analítica y general. Éste ha sido fecundo para periodos concretos, como la Guerra de la Independencia y la Restauración, por Pierre Vilar (“Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblo y poderes en la historia de España”, 1982), o Álvarez Junco (“El nacionalismo español como mito movilizador. Cuatro guerras”, 1997), aunque la mayor producción se ha centrado en el periodo en torno al 98. El centenario de aquel evento estimuló una excelente investigación que sería deseable que fuese ampliada a otros periodos históricos o contemplada desde una perspectiva general.

Un aspecto aun poco generalizado es el de la interacción del discurso español con otros discursos nacionalistas, y, muy especialmente, explicar la consiguiente tensión entre centralización y descentralización del poder. Tras algunas obras de gran interés, como la de Juan Linz (“Early State-building...”, 1973), Álvarez Junco (“La nación en duda”, 1998), E. Ucelay (“Vanguardia, fascismo y la interacción entre nacionalismo español y catalán...”, 1991) y algunas síntesis interesantes, como las de y I. Olábarri (“La cuestión regional en España, 1808-1939”, 1981), el resto de las explicaciones han venido de la mano de encuentros y congresos de diferentes especialistas de los diferentes regionalismos y nacionalismos: Sitges, 1982; Santiago (1983), Córdoba (1985); París (1985); Barcelona (1986); Marinan (1988); Reus (1993); Girona (1999), en los cuales ha primado la exposición “ensimismada” de cada particularismo, eludiendo el verdadero análisis comparado de las interdependencias, cuya importancia como motor de la evolución de la cuestión nacional en España ha sido primordial. Ha habido no obstante algún intento comparativo, como los de J. Casassas (“Descentralización y regionalismo ante la consolidación del estado liberal en España”, 1993) sobre la España liberal, J. L. de la Granja (“Estado integral y autonomías regionales en la España de los años 30”, 1987), S. Varela (“El problema regional en la II República española”, 1976) y J. Beramendi (“Republicanismos y nacionalismos en España”, 2000), sobre la II República y el resumen de X. M. Núñez Seixas (“Los nacionalismos en la España Contemporánea”, 1999). Es interesante el trabajo de Lluis Busquets y Carles Bastons (“Castilla y Catalunya frente a frente”, 2002), en el que se ha tratado de relacionar las relaciones entre estos dos ámbitos desde diferentes puntos de vista basados en artículos y ensayos de diferentes personalidades de ambas zonas, pero se echa igualmente en falta un análisis comparativo desde los inicios del fenómeno hasta la actualidad, concatenando los viejos factores de relación con los nuevos parámetros que configuran la situación actual.

Para finalizar, hay que señalar que hoy día se dispone de una cantidad de datos, comparaciones y análisis muy exhaustiva, muy superior a las de cualquier etapa precedente, y expresión de ello han sido los numerosos debates señalados sobre la cuestión, que indican la realidad y vigencia del nacionalismo como uno de los problemas mayores del Estado. Esto debe permitir explicar mejor que nunca el fenómeno, y así se contempla en las obras citadas o en las ideas generadas en los diferentes congresos, que buscan un modelo analítico válido pero que, por el momento, no pasan de hipótesis de trabajo, estando en muchas ocasiones a caballo entre el estudio histórico y el ensayo, pero pueden ser un buen comienzo para una futura sistematización ajustada que sea capaz de explicar el pasado y comprender el presente. Sin duda, seguramente será más útil incidir en el “por qué” del nacionalismo que en intentar definir o justificar la realidad de una nación.

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