El primer “brexit” tuvo lugar en el siglo XVI. Para satisfacer sus deseos y, no olvidemos, hacerse con el rico patrimonio del clero católico, el rey Enrique VIII se separó de la iglesia romana para crear la propia. Esto se tradujo no tanto en variantes doctrinales como en el patrocinio real de la iglesia anglicana, que bien poco se diferencia de la católica en el culto. Esta “expropiación” supuso el inicio del despegue militar y económico de Inglaterra.El segundo “brexit”, coetáneo al anterior, consistió en la no aceptación del imperio americano español. Para ello aducían que, si había tierras cultivadas, no se podía legitimar una ocupación, que sólo sería posible en caso contrario (argumento res nullius). En el caso español, los imperios Azteca e Inca sí tenían campos cultivados. Por contra, en las zonas de ocupación inglesa (Estados Unidos y Canadá) no había cultivos, aunque las tierras eran territorios de caza de los indios. Astuto argumento que les justificaba tanto para legitimar sus posesiones como para piratear los navíos españoles de modo institucional, hecho que aumentó no poco el patrimonio de la Corona.
Veremos cómo termina la situación con el tercer “brexit”. Se salen sin haber terminado de estar enteramente dentro, y tengo la intuición de conseguirán un nuevo status que mantendrá a Inglaterra (y digo Inglaterra porque veremos qué pasa con Escocia, Irlanda del Norte y no sé si Gales), en una situación de claro beneficio.
Los británicos se creen con el derecho de seguir sus propias normas en toda política europea en la que participen o les afecte. No obstante, manifiesto mi admiración por este pueblo inteligente, creativo y cuyas aportaciones a nuestra civilización tienen mi mayor reconocimiento y respeto. Además, he tenido el placer de haber conocido personalmente a muchos y comprobar su gran valía. Les profeso una gran simpatía… pero al César lo que es del César.
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