martes, 18 de agosto de 2009

ISMAEL SAZ CAMPOS Y LA NUEVA HISTORIA POLÍTICA: ESPAÑA CONTRA ESPAÑA. LOS NACIONALISMOS FRANQUISTAS

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INTRODUCCIÓN

La Nueva Historia Política es la última respuesta dada a la Historiografía propuesta por Annales, la historia cuantitativa, marxista, o la Nueva Historia, dirigidas hacia la explicación de estructuras diacrónicas mediante el análisis y comparación de muy diversos factores o por manejo de datos estadísticos. Todo ello había dirigido la Historia hacia campos muy diversos, adoptando una mayor apertura y dispersión, pero los objetos de estudio se habían ampliado de tal manera que resultaba difícil volver a construir una historia global, y por ello, una primera solución a este problema fue el retorno de la historia hacia la narración, hacia el relato . La narrativa, la diversificación explicativa y de los objetos de estudio, hacían necesaria, a juicio de Tusell, una rectificación de rumbos para acabar con el exceso de divulgación, el intrusismo de no especialistas, el ensayismo y la falta de investigación de historiadores profesionales . No obstante, como dijo Jacques Julliard, Annales debe atribuirse el mérito de “reintroducir a los hombres con su carne y su sangre, en una historia que parecía a veces un teatro de marionetas” .

La renovación de la Historia Política ha llegado, pues, por el agotamiento de las explicaciones cuantitativas o estructurales, abandonando tanto la individualidad como el tiempo. De este modo, ha vuelto a retomarse un concepto básico: el hombre y su peculiaridad individual , el hombre como es y no como proyecto de futuro. La eterna dicotomía entre coyuntura-estructura o permanencia-cambio, tiene su reflejo a nivel mayor en la actual globalidad y la mayor capacidad de decisión universal de los Estados, aunque para mantener la tensión, se opone un ascenso de los nacionalismos, y ambos en el marco de un progresivo deterioro de los países pobres . La estructura no termina de aclarar el panorama y el hombre teme perder su peculiaridad. Desde esta perspectiva, la Nueva Historia Política ofrece una original solución, pues busca la estructura en el propio acontecimiento singular (lo profundo, diría Rémond ). Como veremos, unir acontecimiento y permanencia no está exento de contradicción, pero tiene la virtud de explicar al hombre dentro de su singularidad. La Historia, como conocimiento de lo humano que es y a diferencia de las ciencias formales o naturales, no arroja soluciones, sino respuestas , y estas se infieren peculiarmente y desde su tiempo. Por ello, la atención de la Historia se detiene hoy en la política, entendida como ámbito de decisión que llega a todas las actividades y que supone un proceso dinámico en la comprensión histórica; en palabras de Georges Ballandier, un “estructuralismo abierto” como motor explicativo de la historia .
Podemos definir, pues, las líneas principales de la nueva historiografía política: Por un lado, recoge herencias anteriores, en cuanto al uso interdisciplinar, así como su reivindicación de status científico a través de la comparación y serialización, pero siempre con la política como centro . Por otro, pasar de la investigación de individuos poderosos o minorías a las mentalidades, culturas políticas y su relación con las masas, recuperando el idealismo, la ideología, la tradición de pensamiento y al propio individuo como tal. Por último, abandonar el tiempo breve a favor de la larga duración, abundando en la idea de que los acontecimientos imprevisibles son los que construyen las mentalidades y su permanencia temporal, ya que acceden a lo profundo (idea que sustituye a la estructura) y reflejan la globalidad social “por estar ligada por mil lazos a los demás aspectos de la vida cotidiana” . Un último aspecto es la peculiar idea de causalidad, afirmando que un acontecimiento genera consecuencias, pero puede no explicarse por las causas . Como dijo Rène Rémond: “Abrazando los grandes números, trabajando en el tiempo largo, investigando los fenómenos más globales, buscando en las profundidades de la memoria colectiva o del inconsciente las raíces de las convicciones y los orígenes de los comportamientos, la Historia Política ha descrito una revolución completa” .
Esta declaración de principios encaja perfectamente con la idea del libro objeto de este trabajo: España contra España. Los nacionalismos franquistas, de Ismael Saz Campos . Esta obra recoge el estudio del problema del nacionalismo en el seno del franquismo, destacando los aspectos que han configurado una serie de ideologías, soporte de la idea nacional en dicha dictadura, muchas de cuyas cuestiones hoy día siguen siendo debatidas. Abarca, por descontado, el nacionalcatolicismo, pero su atención se centra en los periodos más significativos del ultranacionalismo falangista, es decir, desde su formación como cultura política hasta su resurgir y definitiva caída como idea revolucionaria a mediados de los años cincuenta.
Los estudios sobre el nacionalismo son, posiblemente, el ámbito donde mejor se recogen aspectos relacionado con la mentalidad, singularidad, construcción colectiva, aspectos irracionales, conflictos dialécticos y todos los elementos que configuran una cultura política, entendida como un sistema de referencias, recuerdos, ritos, vocabulario, héroes y textos . En el caso español, refiere además a un problema no resuelto, lo que sin duda aumenta su atractivo y vigencia, haciendo pertinente las tesis de Sirinelli sobre la estrecha relación entre historia política e historia del tiempo presente . El presente libro constituye un buen ejemplo de los intentos de configuración de un ideario nacional, en este caso fascista, haciendo valer la idea de que “la explicación a los comportamientos hay que buscarla antes en el mundo de las ideas y mentalidades que en el de las condiciones sociales” . Esta forma de enfocar el problema quizá esté en mejores condiciones de contribuir a la gran laguna que a juicio de los principales autores existe aun sobre el nacionalismo español , a juicio de autores como Juan Pablo Fusi, uno de las definiciones mas complicadas de la historia contemporánea .
La metodología que emplearé tratará de ser respetuosa con el hilo argumental del autor, y en el propósito de no alterarlo con “nuevas estructuras”, será un recorrido de los capítulos del libro, incidiendo en cada uno de ellos tanto en los aspectos concomitantes con la nueva metodología política como en otras novedades y aportaciones. Al final del trabajo y a modo de conclusiones, expondré algunas apreciaciones más relativas a la significación del libro, su contribución al estado de la cuestión y los aspectos que hacen de ésta obra un trabajo singular, positivo y vigente.

I. ESPAÑA CONTRA ESPAÑA. LOS NACIONALISMOS FRANQUISTAS

I.1. Valencia, 21 de abril de 1940.- El comienzo del libro es una forma de narrativa política moderna, es decir, una exposición de acontecimientos y protagonistas bajo un formato más propio de la narración literaria e incluso cinematográfica que del relato histórico. Literaria en cuanto a su abundancia en el factor humano y en ricas y minuciosas descripciones. Cinematográfica en cuanto a la presentación de todo un trabajo tras un previo flash visual bastante sugerente. Este tipo de presentación responde a una de las formas sugeridas por Peter Burke en cuanto a la renovación de las formas de relato, que supondrían no ya una renacimiento de la narrativa, sino una forma de regeneración de ésta . El capítulo refuerza su rigor a través de entrevistas, prensa y archivos privados de los protagonistas.
Parte de la manifestación de Joaquina Campos (que supongo familia directa del autor a juzgar por el apellido) sobre un hecho de cariz político: los actos falangistas de Valencia, el 29 de marzo de 1940, con motivo del aniversario de la liberación de Valencia. Éstos sirven al autor para presentar el enfrentamiento entre las familias del franquismo, en este caso, el ejército y la Falange. Para los primeros, el acto debía reflejar la entrada triunfal en la ciudad. Para los segundos, la adhesión de una población rebelde en el seno del feudo republicano . El conflicto se describe a través de dos personalidades: Adolfo Rincón de Arellano, jefe provincial de Falange Tradicionalista y de las JONS, y el Capitán General Antonio Aranda, cuyo enfrentamiento personal tiene una gran trascendencia: Rincón viaja a Madrid y mantiene una entrevista con Serrano Súñer, que aprovecha la ocasión para reorganizar el acto en vistas a enfocarlo más hacia un acto de reafirmación política de la Falange a nivel nacional que a un acto conmemorativo provincial. Los actos se celebrarán un mes después, el 21 de abril.
Tras esta exposición, el primer aspecto a destacar por parte del autor es la trascendencia del propio acontecimiento: “un alcance político en el que de nuevo iban a coincidir las dinámicas que venían de abajo, de la propia provincia valenciana, con las que venían de arriba, de la alta política nacional” . Los actos fueron una extrapolación de la problemática provincial al ámbito nacional, es decir, de las luchas de la Falange por el dominio político , y este hecho afirma la existencia de diferentes “familias políticas”, culturas ideológicas que tratan de hacerse con su espacio de poder. Los discursos de Miguel Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo y Serrano Súñer, exhiben su inquebrantable adhesión a Franco tanto como su deseo de que el Caudillo realice la Revolución prometida, además de mostrar su poder y advertir a las “familias” rivales: “férreo compromiso de luchar contra conservadores, especuladores cobardes, [...] denunciando a todos los que, desde una u otra perspectiva, podían estar actuando, de buena o mala fe, contra ella (la España de Franco y Falange) ” .
La siguiente idea apunta ya hacia la necesidad de creación de una cultura política para las masas, en este caso convertidas en “pueblo” a través de un partido-milicia. Falange busca una identificación con sus postulados a través de la idea de Revolución (este término conlleva las ideas de necesidad e inevitabilidad), creando a través de esta exaltación demostrativa toda la simbología necesaria para construir su universo. El conflicto con otras familias políticas es garante de su inefabilidad, pues alimenta una de las principales características del sentimiento nacional, la alteridad (y si no existe enemigo, se inventa). Al hilo de esta idea, el autor la ilustra con el relato de una retorcida estratagema: la circular reservada del diario Arriba .
La recepción de este intento de aglutinación totalitaria no tuvo los efectos esperados para el fascismo. Los testimonios hablan por sí mismos , y los sucesos posteriores tampoco arrojaron mejores perspectivas: el general Aranda fue un encarnizado opositor a Serrano (y posteriormente, un activo conspirador contra el propio Franco), el secretario del gobernador civil de Valencia, Joaquín Maldonado (antiguo militante de Derecha Regional Valenciana), dimitió y destacó por sus velados ataques a Falange y su ulterior militancia en la oposición democristiana al franquismo. Como cita el autor, en 1941 todo se había terminado: “el embajador británico, Sir Samuel Hoare, quien constató la profunda hostilidad de los valencianos al régimen, mayor que en cualquier otra capital española, así como su convencimiento de la voluntad franquista de castigar en todos los terrenos a la Valencia republicana y revolucionaria” . El proceso de cristalización del fascismo se había roto. Como cita el autor, “Para entonces (1942) había más Caudillo y menos partido” . Los restantes capítulos explicarán este fracaso.
El inicio de esta obra ya apunta metodológicamente hacia nuevas formas de significar la historia política, como se ha ido citando, pero además, incorpora el saludable ejercicio de cómo analizar un hecho local no de forma provinciana, sino como elemento de ayuda para significar un acto de mayor trascendencia.

I.2. Fascismo, nacionalismos y franquismo.- Este capítulo, a modo de introducción del problema, ofrece una exposición historiográfica de la relación entre nacionalismo y fascismo, objeto central de la obra. Comienza presentando una situación internacional tras la II Guerra Mundial que no era el mejor momento para el nacionalismo: en las democracias occidentales constituía un fenómeno negativo, ajeno y propio del pasado; y en los ámbitos no democráticos era oscurecido por la propia teoría totalitaria. De este modo, “el oscurecimiento [del nacionalismo] en la segunda posguerra mundial se reprodujo, por inverosímil que hoy nos parezca, en los estudios sobre el propio fascismo” . En suma, “era un fenómeno histórico, explicable desde y por los grandes procesos de la historia, que cumplía funciones históricas por encima incluso de los propios fascistas, de quiénes fuesen éstos o qué pensasen. Ni contaba demasiado el movimiento fascista en sí, ni su ideología, ni mucho menos sus orígenes culturales”.
Las nuevas tendencias tras la última Gran Guerra pusieron su acento en las infraestructuras, dinámicas de clase, evolución de las democracias y progreso económico (sin nacionalismo, por supuesto), pero los años 60 presenciaron la eclosión de nuevos pueblos a causa de la descolonización y las guerras de liberación nacional, reactivando las ideas de autonomía e identidad. Para Saz Campos, este fue uno de los factores que intervinieron en el “renacimiento” de la política ; junto a ella, de lo singular, y por tanto, también del nacionalismo.
En cuanto al caso español, el autor plantea previamente cómo se ha ido entendiendo la cuestión nacionalista. Como Borja de Riquer, insiste en el fracaso liberal: “Había que buscar raíces más profundas del nacionalismo, más allá de la confianza en la razón y de la confianza en la identidad entre libertad individual y colectiva. Había que radicarlo en lo profundo, en lo inconsciente, lo irracional, en la tierra y en el suelo, en la sangre y en los muertos, en supuestas psicologías o almas nacionales, en la lengua. Había que conectar con vetas más profundas que cada vez se consideraban más incompatibles con el liberalismo y la democracia” .Se llegó a esta conclusión por la forma en que segmentos ilustrados de la población percibían los hechos, fuesen estos el caciquismo español y su viciado sistema electoral o los conflictos coloniales, que terminaban con una idea de nación asociada a la de imperio, a pesar de que éste se había perdido en su casi totalidad en la década de 1820: “cualquiera fuera la acción del Estado ésta resultaba siempre insuficiente [...] tendía a considerarse que los estados liberales habían constituido naciones sin alma” .
Tras este fracaso habían quedado establecidas, no obstante, las principales figuras y líneas de pensamiento: Unamuno (destacando entre los noventayochistas) y Ortega en cuanto a los disconformes; Menéndez y Pelayo y Maeztu entre los católicos. Los dos pilares para los nacionalismos franquistas estaban puestas ya: los nacionalistas disconformes y los católicos. Además: “no hubo que esperar a Charles Maurras para que en un país latino apareciera una formulación sistemática del nacional-catolicismo” .
Las ideologías franquistas no deben entenderse, pues, como una superposición temporal ni un paréntesis particular, pues tuvieron su origen en el siglo anterior. Existen, no obstante, dos problemas en cuanto al incardinamiento del debate nacionalista: la personalidad del propio dictador, y las luchas por el poder de las familias. Por ello, muchos estudios durante y tras el franquismo, podían aceptar el carácter fascista del periodo o definirlo desde la perspectiva tradicionalista y católica. No obstante, “lo que menos parecía contar era el sujeto fascista y su ideología” . En definitiva, los problemas de fascismo, tradicionalismo y catolicismo “terminaban por subordinarse a la cuestión de los conflictos de hegemonía de las clases dominantes” . En plena sintonía con la dirección de la nueva historia política, el autor cita a Juan Linz, cuando expresa que “el franquismo carecía de ideología, aunque no de mentalidad” .
Tras esta exposición y tras citar a los principales autores sobre el franquismo y sus ideologías, expone las que serán líneas básicas de su libro : una, que los esfuerzos del franquismo por rehabilitar a España de su postración, conllevaban las mismas discusiones que en el 98. Dos: que, construido desde unos postulados antidemocráticos, el franquismo fue el mayor esfuerzo nacionalizador del siglo XX. La tercera idea analizará los dos proyectos principales que lucharán dentro del Partido Único: nacionalcatolicismo y fascismo (aunque el libro habla principalmente del segundo), y para diferenciar ambas tendencias (“sólo desde la nítida diferenciación de ambos nacionalismos pueden entenderse los grandes procesos políticos e ideológicos que caracterizan al franquismo” ), el autor ha acudido al estudio comparativo de dictaduras del periodo de entreguerras, constatando que las llamadas fascistizantes (como admite que fue la de Franco) tenían en posiciones de poder a una serie de sectores sociales o institucionales que iban desde personalidades del mundo de los negocios a eclesiásticas y militares, pasando por el propio partido y sus tendencias.

I.3. En los orígenes culturales del nacionalismo fascista español (1898-1931).- Para la correcta comprensión del fascismo, el autor acude a sus raíces culturales, pero antes plantea dos cuestiones previas a tener en cuenta, y que entroncan con aspectos básicos de la nueva historia política, ya apuntados. El primero es el hecho en sí y la percepción que éste deja en las mentes, por lo que comienza relativizando la dimensión del 98 en cuanto a que otras potencias estaban sufriendo situaciones parecidas, constituyendo poco a poco el fin de la etapa imperial. La crisis y el agotamiento aparecen paradójicamente aquí, en el momento de mayor progreso y esplendor económico del sistema liberal, cuando sectores minoritarios pero influyentes comenzaron a cuestionar algunos de sus fundamentos esenciales. El sentimiento de crisis, de incertidumbre, de cierta decadencia, actúa contra el racionalismo democrático estatal de origen francés y abraza los aspectos individualistas, afectivos e irracionales del ser humano . Es interesante apuntar aquí la afirmación de que los problemas de nacionalización se producen en Europa cuando las masas hacen su aparición en la escena política. Los problemas e insuficiencias darán respuestas que desembocarán en el nacionalismo antiliberal de la primera mitad del siglo XX.
El segundo, trata de la pervivencia en el tiempo de los acontecimientos políticos por su significación profunda . El autor entronca el sentimiento de desastre del 98 como el resultado de un sentir de más antigua raigambre: en concreto, con la frustración de las expectativas generadas por la revolución liberal desde principios del siglo XIX, incluido el propio Sexenio Revolucionario. El propio Canovas aludirá a una decadencia de la raza latina en su análisis de dos sucesos: la derrota francesa frente a Prusia y el Risorgimento de Italia en detrimento del poder de la Santa Sede; es decir, el ascenso del norte protestante. Este sentir, desde el punto de vista liberal progresista, podía ser tomado en la dirección contraria, pues al fin y al cabo el derrotado fue, en el primer caso, Napoleón III y el régimen que representaba; y en el segundo, la gran empresa de la Italia liberal llegaba por fin a puerto. Prevaleció la visión pesimista, en la que primaba la pérdida de poder de la Santa Sede, negativo síntoma que produciría amplios debates en España que afectarían a la idea de configuración nacional de España.
Expuestas ambas cuestiones, puede comprenderse mejor el acceso de las dos grandes vías que configurarán el nacionalismo franquista: la primera fue la relacionada con la recuperación del Volkgeist en la religión católica. Menéndez y Pelayo verá en ésta la esencia de la nación española, cuyo papel de contribución hacia el mundo ha sido precisamente su defensa y difusión. La segunda procede del descontento ámbito liberal, cuyos pensadores arrojan “importantes cargas de profundidad contra la tradición liberal aunque no condujera a una ruptura abierta con ella” . Costa, Mallada, Picabea, eran liberales en crisis que buscan la cura a sus heridas en el nacionalismo, y por ello no pueden ser tachados de prefascistas, pues aunque su postulado principal de “salvar a la Patria se anteponía al problema de las forma de gobierno” , su cirujano de hierro tenía por misión sentar las bases para que una auténtica democracia pudiera al fin desarrollarse en España. El populismo de Costa se manifiesta en su revolución desde arriba, cuyo objeto era la necesidad de que las élites entendieran a las masas para poder educarlas, pues estas eran las verdaderas depositarias de la esencia de España. Su fracaso como opción fue su escepticismo y relativismo, que por ello no consiguió configurar aun una cultura política. Más importancia tuvieron los nitzcheanos del 98, que comenzaron por sostener posiciones de reforma social profunda desde la extrema izquierda para acabar dando la vuelta al espectro, abrazando un nacionalismo muy de derechas . Instinto frente a razón, individualismo narcisista y anarquizante, rechazo al progreso y la modernidad, abrazando un casticismo castellanista y antieuropeo que encontraba en la intrahistoria las esencias del pueblo español, cuyos hitos históricos eran automáticamente nacionalizados.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa agudizaron en Europa (y también en España) el sentimiento de decadencia, de crisis, y esta mentalidad produjo un nuevo aporte intelectual, cuyas dos grandes figuras fueron Ramiro de Maeztu y Ortega y Gasset. El primero, noventayochista, estableció el puente necesario entre el catolicismo de Menéndez y Pelayo y el regeneracionismo de Costa: defensa de la dictadura (el cirujano de hierro), del nacionalcatolicismo y, a la vez, europeísmo en cuanto al desarrollo y defensa de la Hispanidad por ser esencia y legado español al mundo . Ortega apuntó hacia el europeismo y modernización como solución al problema español, que pasaba indefectiblemente por una nacionalización de carácter vital y elitista. El autor define la nación como “una masa organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos” que era una fuerza creadora y ejemplar cuyo ámbito supremo de expresión era la política internacional. Ortega definió dos fases en el proceso de una nación: la ascendente, o de incorporación, y la descendente, o de desintegración (particularismo) . Este “sembrado” de ideas harían buena, en un principio, desde una dictadura hasta una república democrática. Todo menos el liberalismo experimentado .
Estas fueron las tendencias que conformarán el nuevo nacionalismo español, aunque habría que esperar hasta la tercera década de para contemplar nuevas formaciones políticas de signo antidemocrático . Resulta muy destacable señalar que se potencia el lenguaje dicotómico, opciones enfrentadas que tratan de generar un espacio común o acorde para la articulación de España, dicotomía que acerca el estudio histórico cada vez más a la propia naturaleza dialéctica del ser humano. De este modo, la discusión unidad-pluralidad adquiere una notable dimensión, problema que partió de una situación no resuelta, como fue el decisivo papel atribuido a las regiones en el proceso de españolización (sobre todo Cataluña) . Para el autor, las mejores condiciones Cataluña y del País Vasco (modernidad, apertura a Europa, masas, industria, trabajo, obrerismo, emigración, etc...), las hacía tener más “hambre de nación” ; no en vano entre los años 1917-1922 hay buenos ejemplos de cierta comunicación entre el nacionalismo vasco y español, lugares donde se habla de tradición, catolicismo y regeneración española junto a regionalismos a ultranza; periódicos donde se muestra un monográfico de Sabino Arana, artículos de Unamuno, Sánchez Mazas, Lequerica o De Sota.

I.4. El primer nacionalismo fascista.- La construcción ideológica que realiza Saz Campos del primer nacionalismo fascista comienza analizando esta cultura política, tanto desde sus presupuestos teóricos como existenciales (este segundo aspecto cobra especial importancia en el caso español) , para terminar planteando (y a partir de aquí será una constante en toda la obra) dos grandes puntos de conflicto del fascismo español: por un lado, el problema regional y la unidad de España; por otro, como hacer coincidir los conceptos de una revolución laica y supranacional con el tradicionalismo católico.
El autor afirma que (para España y Europa) los años treinta significaron la hora de los nacionalismos sin medias tintas, es decir, antiliberales, antiparlamentarios, antidemocráticos y antisocialistas. Maurras y Acción Francesa, aunque también el Integralismo portugués, ayudarán al nacimiento del primer nacionalismo fascistizado español: Acción Española, grupo católico, reaccionario y contrarrevolucionario con base teórica en Menéndez y Pelayo, y afines en Maeztu, Vigón y Pemartín. Por otro lado, Giménez Caballero abrirá la vía propiamente fascista española tras una apología de Italia , optando por una revolución populista de base latina, cuyo genio es capaz de afirmar al hombre sin negar a Dios . Más radical fue su compañero y amigo Ramiro Ledesma Ramos, fundador del revolucionario ultranacionalismo. Basado en un vitalismo irracionalista cercano a Nietzsche, gran seguidor de los filósofos alemanes y de sus “maestros” Ortega y Unamuno, es el creador de una idea que buscaba la implicación activa y ritual de las masas en una nueva España ecuménica e imperial, portadora de unos valores eternos y universales que necesita el exterior para afirmarse. Las JONS resumían en estos aspectos su doctrina indivisible: revolución, totalitarismo e Imperio .
Resulta pertinente la detención del autor en el problema regional, que también implicó a los fascistas. De este modo, cita el viaje de cincuenta intelectuales a Barcelona en marzo de 1930, en el que Ledesma Ramos propone “un imperialismo confederal catalano-castellano” y Onésimo Redondo la eventualidad de una “autonomía administrativa y aun política tan extensa como convenga a la Región, sin perjudicar a la Nación”. Reconocimientos de la pluralidad y rechazo radical a cualquier nacionalismo alternativo al español. Ledesma y Redondo admitían la confederación o la República Federal, pero siempre y cuando sus objetivos respondieran a la perspectiva imperial de España, cuyos fracasos, largamente acumulados, hacían necesaria una revolución pendiente .
El otro gran punto de atención es la pugna entre catolicismo y fascismo. Así, siguiendo a Ledesma Ramos, éste considera una de las causas del fracaso español el que sus dos rivales (tradicionalistas católicos y liberales jacobinos) hayan terminado en combate nulo. Ninguno ha sabido imponerse, por lo que el fascismo constituye la nueva fuerza que “salvará a España”. No será el derrotado catolicismo quien liderará esta salvación, aunque bien sabe el fascista que no puede desprenderse de él, pues constituye parte de la esencia que proclama. El conflicto laico-revolucionario con el tradicionalismo está servido . Será José Antonio quien tratará de resolverlo con la idea de unidad de destino en lo universal. España como idea, un absoluto metafísico superior al concepto de nacionalismo, inferior e individualista . Esta es la solución al conflicto: “La Falange sabe muy bien que España es varia, y eso no le importa. Justamente por eso ha tenido España, desde sus orígenes, vocación de Imperio. [...] (sus pueblos) están unidos irrevocablemente en una unidad de destino en lo universal” .

I.5. Cual Ave Fénix.- Una vez planteado el ideario y los conflictos, la cultura política fascista acude al mito para formular su objeto. Éste es el del Ave Fénix, entendido como la España perdida que podía al fin ser recuperada a costa de la anti-España, vencida, aplastada y excluida: “Se había alcanzado, en fin, la situación idónea, 1939 era el año cero. Todo estaba listo para la construcción ex novo.” . España era entendida como una entidad metafísica, sujeta a un proceso palingenésico de muerte y resurrección a través de su eterna lucha. La política muestra sus rincones menos racionales.
La unificación política encadenaba las tradiciones y hacía desaparecer a la otra España. A su vez, se trataba de igualar las tendencias tradicionalista, católica y contrarrevolucionaria con el nuevo molde fascista; es decir, el Dios, Patria y Rey con Una, Grande y Libre . Pero estos territorios compartidos solo reflejaban un campo de disputa por el poder ideológico y político. Así, el movimiento más nuevo y activo, el fascista, trató de ser asimilado por la tradición. Falange veía como el tradicionalismo eliminaba el pasado liberal de España, anatemizando a los herejes anticatólicos noventayochistas, en especial Unamuno y Ortega, los referentes de su discurso. Esto supuso el primer episodio de transformación católica del partido, con la inclusión de nuevos elementos menos laicos, como Laín Entralgo, López Ibor o Yzurdiaga. El primero sería el artífice del nuevo cesarismo católico, transportando el eje de la actividad católica del ámbito tradicionalista al partido, lo que llevó a la propaganda falangista (sobre todo en boca de Ridruejo) a la cuadratura del círculo para explicar el conflictivo binomio revolución / tradición: “Lo único que parecía claro al final era que la revolución era una apuesta de futuro cuyo objetivo sería...rehacer el pasado” .
Revolución y palingenesia. Una revolución que no terminaba por concretar sus objetivos, manteniéndose en un mito que trataba de enlazar lo nacional y lo social, la patria y el trabajo, como “resorte mágico capaz de encantar los corazones dormidos o aberrantes”. Era un “moverse hacia algún sitio”, que sólo se definía por abstracciones como la idea de servicio, energía o voluntad. “Era simplemente una revolución permanente y, por eso mismo, permanentemente pendiente”. “Se lucha por la Falange”, en un lenguaje guerrero y nietzscheano, una religión social .

I.6. La reinvención del ultranacionalismo fascista.- El rescate de ese Ave Fénix hacía imprescindible su definición, es decir, recuperar los valores de la España imperial, en la que, en palabras de Antonio Tovar, todos los pueblos se fueron españolizando al contacto con nuestro suelo. Es la apología del cristianismo y la romanidad, de la lengua y la Contrarreforma católica, de la unidad de acción y del Imperio español, recogiéndose todo ello en el metafísico concepto de Hispanidad. La historia era así entendida como “instrumento de combate” , pues Falange veía en ella una construcción dinámica de lucha, muerte y renacimiento, en la que lo que se trataba era de mantener viva la llama del movimiento. El mensaje era claro: los procesos se repetían, pero bajo diferentes formas políticas en ciclos continuos. Lo único perdurable era la dirección, y la tradición residiría, por tanto, en lo que ahora representaba el vigor de Falange.
Precisamente este vigor imperialista se opondrá conceptualmente al tadicionalismo inmovilista de la Iglesia, y por ello el catolicismo se convertía en punto de conflicto, pues aun siendo la esencia de lo español, carecía del dinamismo movilizador que preconizaban los fascistas. Laín intentará resolverlo apelando, por un lado, a la historia de España como simbiosis de poder político-Iglesia, siendo sus periodos oscuros los que coincidían con una disociación de ambos. Por otro lado, a la doble vertiente del carácter español, hondamente religioso y arrebatado, vital y violento. Había una única forma de ser católico: la falangista. Francisco Javier Conde trata de enlazar la idea de España con las masas mediante un paralelismo de fondo agustiniano: “el alma humana, portadora de valores eternos, es a modo de una idea que se realiza en la historia” . El destino universal era pues una instancia imprescindible, necesaria, superior a las unidades inferiores de familia y municipio y sindicato. “No se podía cumplir un destino individual sin incorporarlo a uno trascendente” . La idea de nación quedaba superada por la de Imperio .
Establecido el sublime objetivo, era necesario eliminar antiguas y nocivas formas de entender el nacionalismo. Así, la primera acusación es la de patriotismo superficial, el conmemorativo de una España mediocre y cochambrosa, la de palabra, sin ningún instinto revolucionario ni reformador. La segunda lacra era el casticismo, visto como la decadencia de una españolería trágica cuyos responsables serían la Generación del 98 . De todo ello surge el nuevo concepto “ultranacionalista” de Falange, donde no tienen cabida las tradicionales ideas configuradoras de una idea nacional: ni raza, ni lengua ni cultura constituyen la esencia de lo español, sino su propia dinámica y unidad de destino universal. Y si la fuerza motora (es decir, a modo de un argé griego) fue el de la Hispanidad, el Imperio y la Contrarreforma, la tierra es Castilla y la lengua el castellano. “Para Ridruejo, la patria era como una síntesis trascendente, como había de serlo el instrumento, Falange, creado para servirla. Por eso mismo, Falange se había definido, primero como totalitaria, segundo como minoritaria y tercero como exclusiva y unitaria” . Todo ello serviría para acometer la tarea del imperio. “Una perfecta construcción, pues, totalitaria y nacionalizadora. Pero muy frágil. La ruptura de una pieza podía determinar el derrumbe completo del edificio, de un edificio fascista que apenas se había empezado a delinear” .

I.7. ¡Imperio!.- Esta es la nueva construcción (que destaca especialmente el autor), idea que ataba todos los cabos y abarcaba todas las tendencias. De ahí la lucha por la captura ideológica del término entre Acción Española y Falange. Historiadores como un recuperado Menéndez Pidal y Melchor Fernández Almagro trataban de congeniar lo hispano, la universalidad y el Imperio .
El objetivo imperial era entrar en la guerra, recuperar Gibraltar y expanderse por África. Un imperialismo tutelar, ideológico, moral, sin objetivos capitalistas, un imperialismo antiimperialista . Su otro propósito, de afirmación de la Hispanidad, chocó frontalmente con la realidad de los países americanos, dependientes de la economía de Estados Unidos y hostiles a las futuras injerencias del franquismo .
La opción belicista buscaba generar poder político de la única forma posible: recuperando mediante el fascismo esa Europa que no era el capitalismo inmoral, sino la forjadora de una cultura que irradia al mundo. La Europa capitalista negaba a España, que siendo la más europea por lo anterior, no debía mantenerse en la imparcialidad, pues sería una “confesión de la propia debilidad” frente a los que dicen que Europa termina en los Pirineos. Este europeismo falangista buscaba una Europa tripartita, donde los estados fascistas dirigirían la política de “orden, razón y unidad” . La aportación española sería el catolicismo.
El autor incide en que la idea imperial iba en detrimento del concepto tradicional de nación, negado en favor de un supranacionalismo que prefería la idea de España a la de nación española. “Se había pasado a decretar la muerte de las naciones, viejo concepto definitivamente asediado por abajo, por los pueblos revolucionarios, y por arriba por el Imperio” . La única solución donde tenía cabida todo era Falange, y por ello los intentos de destruirla serían algo así como “la historia final de la decadencia de España” .
Para Saz Campos, este proceso de desnacionalización e identificación de Falange con la única política posible, era el final de su propio camino . Ya se conoce el fracaso de la ofensiva falangista por la propia intervención del general Franco, el ascenso en 1941 del monárquico Galarza, la caída de Ridruejo y Tovar y la aparición de Carrero Blanco como consejero, que marcará el declive de Serrano. Además, el panorama ministerial cambiaba, configurando un panorama de mayor presencia falangista en los ministerios, pero cada vez con menos presencia en estrategias nacionales, habilitando un acuerdo tácito: a menos fascismo, más Falange .

I.8. Acordes y desacuerdos. El final del proyecto de nacionalización fascista.- El autor muestra los efectos finales de un panorama construido desde el propio debate ideológico . Había nacido la Falange más franquista de Arrese, Girón, Miguel Primo de Rivera y Arias Salgado, y esto suponía, primero, el dominio del nacionalcatolicismo sobre el fascismo imperialista; segundo, la identificación del Movimiento con ejército, Iglesia y Falange, bajo el indiscutible caudillaje de Franco, Generalísimo de los Ejércitos y Jefe Nacional del Movimiento.
El discurso había cambiado: “la autosatisfacción por el deber cumplido predominaba sobre el reto del futuro” . España ya había renacido (pues había vencido a la anti-España) y el mito de la revolución se había convertido en retórica. Se trataba ahora de asegurar la unidad, de enfocar la recuperación desde el plano interno, pero manteniendo alguna vía de escape al imperialismo mesiánico y universal de Falange, como sucedió con la División Azul.
La historia volvería a rescribirse, pero ahora situando el énfasis más en lo católico y tradicionalista que en lo imperial. Así se explican desde Federico de Urrutia al diario Arriba: La Guerra fue una Cruzada. Muerto José Antonio, la Providencia puso en manos de Franco los destinos de España; la Falange le nombró su guía y ambos salvaron la Patria. Igualmente, el objetivo se trocó en un acto de orden cristiano que requeriría la obra de la minoría, inasequible al desaliento en el cumplimiento de sus deberes para con la Patria (familia, municipio y Estado) .
Es también el momento de redefinir el aspecto regional. Franco visita Barcelona en 1942, en busca de la apoteosis católica y de una España de las regiones. Cataluña recibiría todo el fragor apoteósico de españolismo, ensalzándose su historia católica, su laboriosidad, sus luchas por la unidad y forja de España, en pugna con el vituperado centralismo decimonónico: “Centralismo y unidad eran conceptos diversos y antagónicos” . Centralismo francés, burgués y pagano. Unidad mediterránea, española y católica. Castilla cedía el protagonismo a las regiones, cayendo igualmente Madrid como cuna de “intelectuales extranjerizantes” . España era un haz de regiones (fascistización) que configuraban, bajo el caudillaje de Franco, una unidad patriótica católica.
El nuevo español seguía siendo un “portador de valores eternos”, se querían españoles “que lo sean históricamente” , “campeones en el combate por el Espíritu” . Como puede apreciarse, no había muerto del todo la aspiración imperial ni mesiánica, pero la propia revista Escorial reformula su sentido: el fracaso de España no se debió a perder la Contrarreforma, sino a no haber cristianizado el capitalismo y la técnica, por no haber conseguido crear una burguesía rica y católica . “El secreto del siglo XIX español consistía en que no había sido nuestro, o por decirlo de otra manera, en que nosotros no habíamos sido suyos, o de modo aun más rotundo, en que España no ha existido históricamente en todo el ochocientos” . Como dice el autor, “otro nacionalismo, católico, reaccionario, de puertas adentro, más castizo que europeísta, más defensivo que imperial, más retrospectivo que proyectivo, el nacionalismo de la España negra, mediocre y cutre con la que se identificará el franquismo se había impuesto” .

I.9. Epílogo y conclusiones.- Varias son las conclusiones que el autor destaca de su texto: La primera, señalar como los acontecimientos políticos determinaban la realidad española. El fracaso fascista tuvo lugar cuando aun dominaban Europa las armas alemanas, lo que supuso el fin de cualquier atisbo de idea imperial, por lo que urgía que Falange se diferenciase de sus correligionarios europeos . Paralelamente, Franco consolidaba su omnipotencia tras el fracaso de la petición de un representativo número de generales, que en 1943 piden al general la restauración monárquica, sin resultado. Por ello, entre 1942 y 1945, la “disciplinada y franquista Falange” se reafirmó como “española, católica y tradicional, ni totalitaria ni fascista; incluso asumió que no podía identificarse en lo sucesivo como partido o que España era simplemente una democracia orgánica” . Los herreristas de Acción Católica accedieron al nuevo panorama, y, para Franco, Falange se convirtió en un instrumento imprescindible, el partido que educaba y organizaba, constituía un baluarte frente a la subversión, a la vez que atraía hacia sí las críticas en lugar de hacia el Gobierno .
La segunda, que a pesar de que el régimen se había asegurado, las posturas políticas seguían siendo profundas e insolubles, y en su lucha se acabó volviendo a poner de manifiesto el problema diferencial español. Pasado el periodo de las apariencias y salvadas las presiones exteriores, “las espadas se desenfundaron” : ascenso de Fernández Cuesta a la Secretaría del Movimiento en 1948 y última batalla entre Falange (Laín Entralgo) y Acción Católica (Calvo Serer): Laín vuelve a plantear la revolución pendiente, nacional y uniformadora, pero los católicos no ven el problema de España desde la victoria del 39. En cambio, sí advierten que el desarrollo político “debía darse además en la línea de la modernización económica, en la del avance hacia una monarquía no cortesana, sino tradicional, hereditarias, antiparlamentaria y descentralizada. Descentralizada y regionalista, en efecto, como habría querido un Menéndez y Pelayo” . El ataque a Ortega y Unamuno por parte del Opus y la propia jerarquía eclesiástica fue brutal, pero los falangistas no se arredraron: el aluvión de artículos generados fue un auténtico campo de batalla ideológico sobre la unidad-regionalismo de España. El reto se centró, como siempre sucedía, en la cuestión catalana, en una especie de “carrera hacia el catalanismo entre los distintos contendientes” .
El debate se agrió y llegó al paroxismo en 1953, los líderes quedaron seriamente tocados por el debate y Franco tuvo que arbitrar. Los hechos universitarios de 1956 corroborarán una nueva situación, en la que el propio Ortega sería protagonista a pesar de morir ese mismo año . El autor incide en como la muerte del pensador y el alineamiento de un joven Vicens Vives con el anticentralismo eran síntomas de que “el juego había terminado” . Es significativo que Ridruejo y Serer, acabasen a la postre en posiciones de ruptura con el régimen. Éste, por su parte, se cerraba política y culturalmente en su ala técnico-administrativa y en el Opus Dei.
La tercera afirmación es que el sentimiento catalanista se vio beneficiado por los hechos, al revés que el unitarismo español. “No había lugar en el régimen para un nacionalismo regionalista”, y el catalanismo se hallaba “alejado de una España sin proyecto, retrospectiva, sin capacidad de evolución” , de forma similar al sentimiento de fin de siglo anterior. Vicens Vives representaba una nueva vía de renovación cultural e historiográfica progresivamente democrática, y el problema de la unidad de España saldría visiblemente perjudicado en aras de una concepto unitario pero sin perspectiva, cayendo en la España gris, casticista, acrítica y superficial de la que tanto se lamentaban los antiguos fascistas. Esto significaba que “del mito de la gran nación todos se habían despedido” . A partir de 1953, Laín, Tovar o Maravall irían evolucionando poco a poco hacia posiciones liberales (no antifranquistas), a la vez que jóvenes valores nacidos en el seno del SEU evolucionarían hacia un renaciente marxismo español, como Manuel Sacristán, uno de los críticos del gran fiasco que supuso el nacionalismo.
Un cuarto aspecto incide en el carácter minoritario del fascismo: ”Cuantas veces intentó mejorar sus posiciones se estrelló contra las resistencias de unos sectores, como la Iglesia y el Ejército, mucho más poderosos” . También en la resistencia a sus continuas claudicaciones en beneficio del nacionalcatolicismo, a la larga triunfante, “coloreando” de catolicismo sus bases laicas hasta afirmar que la única forma de defender a éste era desde el propio fascismo. Falange inventaba así un tradicionalismo que demostraba “que lo mejor de la tradición española había estado siempre en su capacidad de innovar y proyectarse hacia el futuro” .
Para terminar, toda una declaración de principios en cuanto a la pervivencia y larga duración de las culturas políticas: ”Es absurdo pensar, en un plano historiográfico, que un régimen político presida la evolución de una sociedad durante casi cuarenta años sin que las tensiones profundas de esa sociedad se reproduzcan en su seno. Ahora bien, también lo es pretender que no existen legados y continuidades en el terreno del pensamiento y la interpretación, historiográfica incluso, entre los que desde los distintos fundamentos ideológicos del régimen se enfrentaron a estos problemas y quienes, todos, lo han, lo hemos hecho o intentado posteriormente” . El autor termina afirmando que en el debate actual sobre España se recogen aun muchos de los aspectos fundamentales examinados: “Poco hay de extraño, en todo ello, porque España, podría decirse, ya no tiene problemas, pero sigue teniendo un problema. El problema nacional. Ese es, también, su legado, el de todos los nacionalismos franquistas” .

II. CONCLUSIONES

Tras el camino recorrido, me permitiré hacer unas últimas valoraciones. Para ello comenzaré incidiendo en su repaso a la configuración del nacionalismo fascista desde un punto de vista estrictamente ideológico y político. No hay alusiones económicas, no responde a construcciones estructuralistas, sino a la huella y percepción que de los hechos se tiene, construyendo un ideario que en su larga duración entronca desde la pérdida colonial hasta el nacionalismo franquista. Un esquema que responde positivamente a las intenciones de la nueva historia política.
Por otro lado, las continuas dicotomías y contradicciones planteadas por sus propios protagonistas suponen un acercamiento a lo más específicamente humano: la lucha dialéctica . Son continuas las alusiones a las personas y singularidades, aunque ello no significa pérdida de perspectiva alguna, como puede observarse en los continuos viajes comparativos hacia Europa o, desde abajo, Valencia, Madrid y Barcelona. Como dice el propio autor, “no es posible hablar de dictaduras fascistas sin los fascistas”
El autor es un estudioso del fascismo en varias dimensiones, y la nacionalista es una de ellas. A pesar de haber sido la cultura política derrotada a la postre en favor del nacionalcatolicismo, es considerada como la genuina aportación de su tiempo, en sintonía con la Europa fascista y enfrentada a la periclitada idea del imperio tradicionalista. A diferencia de ésta, su carácter de revolución eterna, dinámica y continua es congruente con la siguiente afirmación de G. Burdeau: “La política es un proceso, no una realidad fija que cohesiona al grupo, le otorga unidad, personalidad propia y sentido colectivo” .
Un aspecto muy destacable es su prolijo estudio de las culturas políticas del fascismo dentro de la familia. Estas se fueron modificando tanto desde dentro como por acontecimientos políticos, por lo que insiste en dos ideas diferenciadas y que explican la adopción de formas y la esencia de la ideología: fascismo y fascistización. La primera responde al campo teorético puro, pero el segundo es un conjunto de atribuciones que opera en función de los acontecimientos, transformando las posiciones nacionalistas en un balanceo de aproximaciones cuyo objetivo era cubrir el espacio ideológico de forma completa.
Otra característica de esta obra es el total protagonismo de los actores políticos. Las discusiones teóricas, los conflictos y los hechos relevantes llegan a través de Laín, Tovar, Ridruejo, etc... Hitos como la muerte de Ortega son señalados como puntos de arranque de una nueva mirada hacia el liberalismo, figuras como Unamuno son tomadas y rechazadas en varias ocasiones; disputas entre Laín y Serer que provocan vuelcos institucionales, ... el individuo rellena el espacio político.
Se trata de una mirada abierta sobre el haz de culturas políticas que representaba el fascismo, mostrando las debilidades, concesiones y conflictos que estaban en la naturaleza de cada idea. El caso español presenta estas características peculiares, pues el fascismo no se constituyó como una postura política para la defensa del capitalismo, sino más bien para su eliminación, por lo que el autor plantea los conflictos que se derivan de esto, luchas íntimas entre el 98 y Ortega, idas y venidas en visiones existenciales y profundas más que operativas; ideas metafísicas acerca de España como entidad supranacionalista, enfrentamientos con las estática posición tradicionalista, sucesos que apartan a la política de la estructura para acercarla al conflicto humano.
En definitiva, una obra que tiende otro puente en esa reconocida laguna del nacionalismo español, espacio que ha ido viendo aportaciones importantísimas (Juan Linz, Álvarez Junco, Juan Pablo Fusi, Núñez Seixas, Justo Beramendi), pero que aun adolece de una perspectiva global, que configure el propio nacionalismo español y que relacione a éste con los nacionalismos periféricos. La contribución de Saz Campos al respecto apunta precisamente en esta dirección, y aunque su estudio se ciña al fascismo, su riguroso análisis ideológico ayuda a introducir elementos de comprensión en la conflictiva idea de nación española y su desigual caminar por la larga duración del tiempo histórico.

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BIBLIOGRAFÍA

• SAZ CAMPOS, ISMAEL, España contra España. Los nacionalismos franquistas. Madrid, Marcial Pons Historia, 2003.

• VV.AA., Hacer la historia del siglo XX. Madrid, Biblioteca Nueva,
UNED-Casa de Velásquez, 2004.

• BURKE, PETER (ed.), Formas de hacer historia. Madrid, Alianza, 1993.
• “La nueva historia política”, Revista Historia Contemporánea, número 9. Bilbao, Universidad del País Vasco, 1993.

• RÉMOND, RENÉ (dir.), Pour une historie politique. París, Seouil, 1988.

• STONE, LAWRENCE, El pasado y el presente, México, FCE, 1986.

• “La historiografía en occidente desde 1945”, Actas de las III Conversaciones Internacionales de Historia. Pamplona, Eunsa, 1985.

• JULLIARD, JACQUES, “La política”, en LE GOFF, J. y NORA, P. (dirs.), Hacer la historia. Barcelona, Laia, 1985.

• FONTANA, JOSEP, Historia, análisis del pasado y proyecto social. Barcelona, Crítica, 1982.

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