Izquierda y derecha. El poseedor y el trabajador. El amo y el esclavo.
Tal dicotomía no ha sido superada, como decía Marx (al menos, hasta el momento). Seguimos presos de ella, en una dialéctica negativa cuyos conflictos, como decían los de Frankfurt, debían resolverse a través del diálogo razonado, del consenso. Lo curioso es que la herramienta para ello, la razón, se ha puesto en tela de juicio como tal. Qué digo, se le ha negado el rango de realidad digna de tener una ontología propia. Es un instrumento maleable que, como de una fábrica de chuches se tratase, puede tener aspecto de nube, de dentadura, de tira, de dedo, pero que, a fin de cuentas, se nutre de una misma base edulcorante.
Empezó la derecha a abusar. Sí. Fueron los primeros en darse cuenta de que la obtención del poder era el objetivo para satisfacer ese impulso de preeminencia, superación, más allá, que tiene la mayoría de la población (si no creen que les pase a casi todos, miren lo que sucede cuando alguien que se declara anarquista o pasota, perdón por la periclitada expresión, alcanza el poder).
¿Por qué la preeminencia? Para trabajar menos y, aun así,
tener una vida más fácil. Doble salto mortal, pero el precio es alto: la
felicidad y el sufrimiento se dejaron de compartir a partes iguales.
Y empezó el abuso por mor de la productividad, del progreso.
Reaccionan las fuerzas proletarias, izquierdistas, la fuerza operativa de los
planes estratégicos. Tratan de apropiarse de los medios que han construido los
explotadores para continuar el desarrollo, pero bajo sus criterios y
decisiones. A veces lo consiguen (Rusia, China, Cuba, etc.), pero la mala baba
que traen y ese virus de preeminencia priman sobre el esfuerzo que requiere la
ciencia y la tecnología. Resultado: por una parte, el agotamiento del estado
del “bienestar” y empobrecimiento en las democracias occidentales y, por otra,
que de infames dictadores se han derivado industrias, medidas laborales y
sociales que han hecho avanzar la comunidad. Para ello, hemos tenido (y
tenemos) que aguantar o luchar contra sus dogmas, su egoísmo, su clasismo, la
ausencia de libertad. Por el contra, los desfavorecidos, la otra parte del
enunciado, cono diría Derrida, han encontrado su paraíso, pero en detrimento de
la riqueza, del respeto, del fin de la clase media y de la polarización de
recursos en manos de cada vez menos. Parece que la globalización es el negocio
de unos pocos. Pareto, te quedaste corto.
Defendiendo uno u otro criterio, se han cometido horrendos
crímenes. Y empezó el poseedor, la derecha, pero la respuesta de la izquierda
ha sido improductiva y envenenada (es normal este último sentir, son quienes
más han sufrido abusos injustificables). Nadie puede negar los logros técnicos
(y también sociales) desde la derecha, ni los avances hacia los desfavorecidos
o marginados desde la izquierda… tampoco los crímenes desde regímenes
totalitarios. No hay más que enfriar la cabeza para reconocer sin pudor los
hechos que nos puedan resultar útiles, aunque hayan venido de mentes para las
que el asesinato nunca resultó un problema.
Hablaré ahora desde mi punto de vista hétero, pues me parece
opción la más iterable y que asegura (hasta el momento) la continuidad de la
especie. Dicen que el virus de la preminencia es propio de los hombres. Bien,
no se puede negar, a tenor de las bestialidades que los machos hemos hecho en
la historia. La competencia por conseguir la hembra deseada es consustancial a
los animales, y en el caso del hombre ha devenido en esta competición por el
poder. No puedo estar más de acuerdo, pero ahora traten de imaginar que en el
mundo hay escasez, que no hay para todos y que los hijos de ciertas madres se
quedan sin sustento o se encuentran en peligro. Las hembras matarán para que
nada les falte, y lo harán con determinación, con la fuerza que para el
mantenimiento de la especie les ha dado la naturaleza. Los machos defienden sus
genes, las hembras su estirpe. Agustina de Aragón, María Pita, Manuela
Malasaña, Boudica, Juana de Arco… en fin. Es posible que el hombre sucumba o no
de la talla en la lucha, pero siempre contamos con el bastión infranqueable: la
mujer. Por eso buscamos la tranquilidad que siempre han transmitido las madres;
debemos todo a las mujeres. Por otra parte, mil gracias a los no hétero: su
visión alternativa, diferente por abierta, su finura intelectual nacida en
muchos casos de la resistencia al sistema, han generado alta cultura y arte del
mejor que han visto los siglos. Nombres como Miguel Ángel, Platón, Leonardo o
Lorca son imbatibles. Todos tenemos sitio, nadie es superior porque su opción
sea la “normal” o más “especial”. ¿Acaso los diestros nos sentimos superiores a
los zurdos por el hecho de “ser lo normal”? ¿acaso los zurdos se creen más
inteligentes por ser “especiales”? Normales (porque sí, son la norma) y excepcionales
(porque efectivamente, lo son): un abrazo y respeto.
Siguiente aspecto: el dinero. Empezamos con el trueque. En
esa situación se cambiaban cosas materiales, necesarias para la supervivencia.
Posteriormente, el preeminente de turno ideó un sistema para que se pudiera
cambiar a cambio de algo a lo que se atribuyese valor: el oro, la plata, en
cantidades o portados por la propia moneda. No era lo mismo, pero al menos
había un respaldo, una correspondencia de valores. Posteriormente, la
referencia será la divisa más fuerte (ya hemos desmaterializado el asunto), y
ahora no es más que unos números en una aplicación. Bien, si este juego nos
está llevando al desastre, cambiemos sus reglas. A fin de cuentas, ya no
estamos hablando de garbanzos, sino de abstracciones como bitcoin, bolsa y
similares. Separemos la comida del Monopoly.
Y, por fin, la democracia. Lucha de personas por el sillón y
la preeminencia, aceptando las reglas jerárquicas de la manada en el Congreso y
buscando el soma del voto entre la masa. Volvamos a la pertinencia del conocido
aserto: “¿quién prefieres que te opere de apendicitis, el que sabe o el que
designe la mayoría?” Así es, es preciso trabajar en la línea del talento
científico y de la ausencia de penas y penurias para la mayoría, sin más. La
democracia debe ser una voluntad tenida en cuenta, escuchada, analizada, y si
no hay inconveniente, llevada a cabo, pero siempre bajo el principio de la
eutaxia, que desde el punto de vista político (desde el moral es “buen orden”)
significa el mantenimiento de la sociedad política en el tiempo. Demotecnia,
podría sugerirse como término.
Juntemos el cóctel. Parece que China va entendido, al menos,
parte de la problemática: orden y progreso (que es la leyenda que en su bandera
ostenta Brasil, eterna promesa de gran potencia). Si la gente vive bien, el
sistema seguirá. Si no, cambiará (no sabemos en qué sentido), y no tendremos
certeza alguna de que con ello se consiga la ya citada eutaxia de los pueblos. La
cuestión mollar está en cómo controlar el virus de la preeminencia que la
mayoría tenemos inoculado. Ahí está el trabajo, que debe comenzar con la
reconciliación de las letras con las ciencias. La lucha no está en potenciar lo
desfavorecido en detrimento de la clase media; tampoco en ceder la soberanía a
quien aquí no vive; aún menos en no tener recursos propios. Hagamos ciencia y
filosofía y gobernemos nuestras vidas lo mejor que podamos.
Buena suerte.
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