Parménides la lió parda en el siglo VI a. C. y, con toda
nuestra ciencia y conocimiento, a estas alturas aún no hemos sabido escapar de
su planteamiento. Fue el primero que habló del hecho de ser: el ser es, el no
ser no es y además nunca podrá ser. Por eso lo define como perfecto, esférico,
y por ello niega existencia al hecho de la nada (esta misma frase sería una
contradicción). Los pensadores posteriores se perdieron en sus características,
génesis o cómo podemos acceder a él. Parménides empezó la filosofía, aunque
dejó entrever una debilidad: ser y pensar es lo mismo.
El ser se manifiesta a través de los entes, y será por
sí mismo, independientemente de nuestra intervención o percepción, pero hasta
que no tengamos forma de percibirlo o pensarlo, tanto más nos da esto último.
Pero ser (es decir, lo que es el caso) no es un sujeto,
sino un verbo, un hecho que sucede, como el hecho de comer. Cada uno de estos hechos
(seres) puede o no ser percibido, y si lo es, lo será desde algún punto de
vista, de alguna peculiar manera. Tomaré el ejemplo del filósofo Markus Gabriel:
dice que el Vesubio puede ser visto desde Sorrento por una persona, desde
Nápoles por ti y por mí desde el mar. De este modo hay cuatro realidades: el
Vesubio, el Vesubio del observador de Sorrento, el tuyo y el mío. Cuatro
realidades y un solo ser verdadero.
Es decir, que el ser será sí o sí, pero tendrá algún
sentido, importancia y significado para nosotros únicamente en la medida de que
sea conocido por nuestras herramientas.
Así pues, ¿realismo? Claro que sí. Hay cosas fuera de nuestra cabeza, ya que de vez en cuando nos dan en los morros y tenemos el gusto de conocerlas. El idealismo es, pues, una filosofía que en el fondo afirma, ni más ni menos, que tenemos una herramienta de conocimiento y nada más a disposición. No es que la idea habite previamente en nosotros, es que la experiencia nos ha dejado una huella previa de conocimiento. Dejemos que el mundo nos muestre su ser cuando lo tenga a bien y no seamos causa de su fin.
Así pues, ¿realismo? Claro que sí. Hay cosas fuera de nuestra cabeza, ya que de vez en cuando nos dan en los morros y tenemos el gusto de conocerlas. El idealismo es, pues, una filosofía que en el fondo afirma, ni más ni menos, que tenemos una herramienta de conocimiento y nada más a disposición. No es que la idea habite previamente en nosotros, es que la experiencia nos ha dejado una huella previa de conocimiento. Dejemos que el mundo nos muestre su ser cuando lo tenga a bien y no seamos causa de su fin.
El momento de subjetivismo que ha traído lo postmoderno ha tratado de soslayarse con el realismo especulativo. Como dice Quentin Meillassoux en Después de la finitud: “Cuanto mejor armado está el pensamiento contra el dogmatismo, más desguarnecido parece estar contra el fanatismo”.
El intento va en la buena dirección: salir de nosotros como medida de todas las cosas, pero los fundamentos explicativos para conectar con el ser en sí, aunque trabajados ad nauseam, caen en los mismos escenarios de las que pretende escapar. Me explico: no es posible afirmar que todo es contingente salvo la propia contingencia, que es necesaria (Meillassoux). Si admitimos la paradoja de Russell, no tiene por qué salir de esa dinámica la contingencia. Se hubiera podido salvar la frase sustituyendo “necesaria” por “suficiente”. Por otra parte, Hartman explica de forma poco convincente como un ente puede hacer simbiosis con otros y cambiar por ello sin conformar algo nuevo y sin que ninguno pierda su individualidad.
Por último, tanto la matemática como la ciencia o la estética no son más que instrumentaciones humanas (entiéndase por esto la forma que tenemos de comunicarnos con un hecho; en el caso de las matemáticas, con una relación entre entes). Por ello, el abandono del kantiano correlaccionismo es más que relativo. Sus explicaciones más bien parecen buscar un arché cognitivo, vuelta al hilozoísmo jónico, pero a la contemporánea.
No es posible que conozcamos nada con herramientas que no tenemos, solo tenemos nuestro cerebro, herramienta a la mano y a la vista. No obstante, ánimo y adelante; se está consiguiendo reconocer y dignificar la individuación de los entes independientemente de nosotros, aunque no sean esféricos, eternos e inmutables.
Parménides: la liaste parda.
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